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Más sobre vino y salud

Hugo Sabogal
19 de diciembre de 2007 - 07:48 p. m.

Estoy seguro de que muchos abstemios hacen caso omiso del contenido habitual de esta columna. Tampoco debe generar mucho interés entre quienes de manera muy ocasional aceptan una copa de vino. Tan sólo los más entusiastas enófilos se sienten motivados para conservar su lealtad. Ellos saben que, además del disfrute, el jugo fermentado de la uva resulta mucho más benéfico para la salud que un vaso de agua. Y les voy a decir por qué.

Estudios hechos en centros de investigación internacionales revelan que las propiedades terapéuticas del vino abarcan una inmensa gama de beneficios. Van desde la posibilidad de minimizar las afecciones cardíacas hasta prevenir algunos tipos de cáncer e, incluso, retrasar las secuelas del paso de los años.

Como lo recalca una excelente nota publicada por el boletín De Cultores, de la bodega argentina Luigi Bosca, todos estos beneficios son posibles si el consumo se mantiene dentro de márgenes moderados. Y un consumo moderado, como lo he destacado en otros escritos, consiste en una o dos copas de vino tinto con cada comida. ¿Por qué el vino tinto? Porque los compuestos provenientes de las pieles y las semillas de las uvas actúan como agente preventivo de muchas enfermedades, entre ellas las coronarias. ¿Y por qué? Porque estos compuestos, llamados polifenoles, ejercen una acción favorable sobre las arterias, impidiendo la formación de la placa de ateroma o grasa dentro de esos canales. Entre una persona que evita el consumo de una bebida con bajo contenido alcohólico, como el vino, y otra que lo hace de manera moderada, existe una diferencia importante, según trabajos publicados por la Universidad de Copenhague entre 25.000 personas. Los consumidores moderados presentaron menores tasas de mortandad y disminuyeron en un 24% el riesgo de contraer enfermedades cardíacas. Estudios argentinos indican que tipos de uva cultivadas localmente como Bonarda, Malbec, Cabernet Sauvignon, Tempranillo y Merlot son pródigas en dichas sustancias. Iguales planteamientos han hecho estudiosos chilenos del tema. El papel antioxidante del vino también se encuentra en otras sustancias como el resveratrol, también presente en los hollejos y semillas de la uva, con preponderancia en variedades tintas como el Pinot Noir y el Merlot. El resveratrol también se encuentra en el maní y las nueces.

Un informe de la Asociación Estadounidense del Cáncer revela que este compuesto, junto con otro llamado quercitina (ampliamente disminuido en verduras y frutas), pueden llegar a reducir la mortalidad por cáncer en un 20%. En particular, inhiben el desarrollo de células tumorales.

En el caso de los polifenoles, su presencia aumenta en el caso de los vinos añejados en barricas de roble. Además de tomarlos de la piel y de las pepitas de la uva, estos vinos también los extraen de la madera, potenciándolos de manera significativa.

Los beneficios de los polifenoles también ayudan a combatir el envejecimiento de la piel. Los científicos dicen que superan en 100 veces a la vitamina E, ingrediente clave en la elaboración de cremas destinadas a mejorar las condiciones dermatológicas.

En los modernos centros de vinoterapia (cada vez más numerosos en los países productores), el secreto radica en la aplicación, sobre la piel, de mascarillas o ungüentos a base de uva.

De manera que, además del placer espiritual producido por el vino al consumirlo solo o en compañía de alimentos, y de invitarlo a la mesa al momento de reunirse con familiares y amigos (especialmente ahora en Navidad), está científicamente comprobado su conjunto de bondades para el organismo. Bienvenidos a la comunidad, mis queridos abstemios.

Más sobre vinos: www.hugosabogal.com

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