Sombrero de mago

Masacre en las mezquitas

Reinaldo Spitaletta
19 de marzo de 2019 - 05:00 a. m.

La masacre de islamistas en Nueva Zelanda, un apacible país de ovejas y de kiwis, donde lo único que altera de vez en cuando la tranquilidad es algún sismo, pero en el que “no matan ni una mosca”, estremeció al mundo, no solo por su crueldad, transmitida en directo por Facebook, sino porque es la sangrienta rúbrica del neofascismo que cabalga a placer por distintas partes del mundo.

La matanza en dos mezquitas a menos de un kilómetro la una de la otra y perpetrada por un sujeto que pertenece a una organización de extrema derecha, tiene puntos en común con las sucedidas, por ejemplo, en Estados Unidos y en Noruega. Es otra muestra pavorosa de la intolerancia y la sinrazón. Entraña lo peor de las banderías radicales que proclaman la supremacía blanca (y que tienen en Donald Trump un adalid, que erige muros y avasalla a inmigrantes) y declaran una guerra abierta contra los forasteros, a los que llaman “invasores”.

Es el neofascismo que crea “grupos de odio”, son islamofóbicos, azuzan el racismo y, en los últimos tiempos, reclutan adeptos en internet, a los que seducen con memes, dogmas seudocientíficos, el miedo al que no sea blanco y todo un sartal de tácticas en las que la brutalidad y la discriminación son parte del envenenamiento mental e ideológico.

El asesino de más de cincuenta musulmanes que estaban en oración en las mezquitas y que hirió a decenas más usando armas automáticas, publicó un manifiesto de barbaridades, en el que declara admiración por otros matones (como el que asesinó en 2011 a 77 personas en Noruega y como los autores de masacres de judíos y negros en Estados Unidos) y su inclinación por el autoritarismo y la violencia.

El fascismo, nuevo y viejo, ha buscado ejercer el poder a través de la fuerza, el partido único (con pensamiento único), la represión y la propaganda. Erige a un caudillo que está por encima de los hombres comunes y auspicia el mesianismo y el autoritarismo a ultranza. Es la expresión de una apología de la irracionalidad y va en contra de toda ilustración o pensamiento que se oponga a sus objetivos oscurantistas. El fascista adora “la acción por la acción misma” y, en consecuencia, pensar es, como bien lo observó Umberto Eco, “una forma de castración”.

Se nota, por ejemplo, en la acción del asesino australiano Brenton Tarrant que comenzó a matar uno por uno a los fieles indefensos y a lo mejor sentía que era un purificador, un salvador, un enviado celestial. Un elegido para dejar el mundo solo a los “supremacistas blancos”. “Soy xenófobo, fascista y admirador de Donald Trump, símbolo de la identidad blanca renovada”, dijo el criminal en su repugnante manifiesto.

Para el fascista, seguidor de métodos violentos y para quien el debate y los razonamientos son desechables, la cultura es una categoría sospechosa porque está conectada con actitudes críticas y deliberativas. Por eso, ama las armas y su uso, en particular contra los que denominan “los intrusos”, los de otro color, los que están en la opuesta orilla. El fascista defiende el principio nefasto de la “guerra permanente” y manifiesta con acritud el desprecio por los débiles. Por eso, un fascista, sobre todo en estas latitudes tropicales, puede decir, sin sonrojos, que “plomo es lo que hay, plomo es lo que viene”.

Al masacrador australiano, de 28 años, cuyos rifles y cargadores estaban pintados con símbolos nazis y que dijo haber preparado desde hace dos años el ataque, aliado con “grupos de extrema derecha” de Europa, le caben unas frases de Elias Canetti. En su carnet de notas La provincia del hombre, el gran escritor dice: “El hombre está enamorado de sus armas. ¿Qué remedio tiene esto? Las armas deberían ser de tal modo que, con frecuencia y de una forma totalmente inesperada, se volvieran contra el que las usa…”.

El fascista rehúye el juicio crítico y teme a la diferencia. Crea enemigos, porque, o si no, a quién o a quiénes hará blanco de sus diatribas y en especial de sus disparos. En el caso de los “supremacistas blancos”, los enemigos son los inmigrantes, los “bárbaros”, los que tienen otro color de piel, los que, según gente como el fanático asesino de musulmanes en Nueva Zelanda, van a invadir sus predios para provocar un “genocidio blanco”.

El fascismo (ahora barnizado como neofascismo, neonazismo y otros ismos) tanto por aquí como por allá, promueve la fuerza contra la razón, la eliminación del contrincante, la negación del otro distinto. O, como dijera Primo Levi, desdibuja al hombre, lo borra, lo destruye. Y ya por aquí, ya por allá, puede utilizar campos de concentración y exterminio, rifles automáticos o motosierras. Esperemos, con Canetti, que esas armas (esas irracionalidades) se vuelvan contra el que las usa.

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