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Masoquismo en la pantalla

Diego Laserna
14 de noviembre de 2009 - 05:03 a. m.

En Colombia, mal que bien, todos estamos concientes de los horrores que nos ha costado ser un epicentro del narcotráfico.

Las bombas de Escobar,  los secuestros de la guerrilla, las decapitaciones de los paramilitares, todos tienen como denominador común la plata del narcotráfico. Aunque de dientes para fuera y cuando estamos en nuestros cabales condenamos toda esa corrupción y esa violencia con desprecio, en el fondo hay algo de todo ese fenómeno que nos genera a los colombianos un morboso placer.

Pueden ser las tetas de silicona, la plata fácil, el poder o la fama pero la verdad es que para una sorprendente cantidad de personas llegar a sus casas después de un día de trabajo y sentarse a ver historias de mafiosos es un alivio. Para otros más refinados lo es salir a verlas un domingo en cine, pero lo que es innegable es que para productores y espectadores colombianos de todos los tipos exponer y consumir las imágenes del despilfarro y la violencia que son la esencia de la cultura del mafioso es atractivo.

¿Y cuál es el problema? ¿Si vivimos en una sociedad liberal y democrática no deberían los contenidos de las telenovelas y las películas ser  definidos por la empresa privada en respuesta a los deseos de los consumidores? ¿Por qué se deben privar todos los que quieren ver las historias de mafioso porque unos pseudointelectuales creen que eso es feo? En breve: si no le gustan no las vea.

En realidad ni siquiera es un tema de moralidad. Es un tema de política. El gobierno para bien o para mal decidió que el narcotráfico es un problema que hay que reprimir y se gasta una gran cantidad de recursos en fumigar cultivos, desmantelar carteles, hacer propaganda contra las mulas y comprar armas, solo para nombrar algunos. ¿Qué sacan con hacer todo eso si al mismo tiempo permiten que la televisión en sus horarios triple A muestre que las mujeres más lindas de Colombia son las esposas de los mafiosos? ¿Qué sacan con apresar y extraditar a los capos si al mismo tiempo permiten mostrar que volviéndose mafioso el pobre se vuelve rico de un día para otro y que sólo por vueltas del destino o ser demasiado garoso lo pierde todo?

Lo reconozcan o no los libretistas y productores de telenovelas y películas, sus productos no son sólo entretenimiento sino guías de comportamiento para amplios sectores de colombianos que prefieren vivir una vida intensa, como la del mafioso, a vivir y morir en el anonimato. El gobierno, al menos mientras siga con su estrategia prohibicionista, debería concentrar sus esfuerzos en evitar que los medios de comunicación continúen poniendo en un altar a mafiosos. Al fin y al cabo aún si sólo se mira desde una perspectiva de costos, es mucho más barato prevenir que curar.

Y si el debate es acerca de las libertades individuales y el derecho a la libre expresión ¿por qué darles preeminencia al derecho a pasar y ver telenovelas sobre narcos al derecho al libre desarrollo de la personalidad que ampara la legalidad de la dosis personal? Si de verdad Colombia es un Estado liberal, autoricen la producción y consumo de drogas. Si eso es demasiado atrevido síganla combatiendo inútilmente, pero por lo menos garanticen que los medios de comunicación no están invitando a nuevas generaciones de colombianos a dedicarse al narcotráfico.

Mientras tanto los medios de comunicación y los productores de cine podrían poner su granito de arena en beneficio del país. Al fin y al cabo cuando el artículo 20 de la Constitución dice que “(los medios de comunicación) son libres y tienen responsabilidad social” de esto es que están hablando.

 

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