Matando al mensajero

David Yanovich
09 de abril de 2019 - 10:35 a. m.

La polarización ya dejó de ser un tema simplemente de personas que piensan distinto unas de otras. Ahora parece ser más importante quién dice qué, sin importar mucho qué se dice. Se volvió mucho más relevante el mensajero que el mensaje.

Las redes sociales han jugado un rol preponderante en el estado de las cosas actuales. Han segmentado a la sociedad en pequeños clústeres de personas (filter bubbles) que reciben eco de sus creencias y nada más, sin tener exposición a posiciones distintas a las propias o a datos reales, profundizando aún más la división entre unos y otros. La intolerancia a quien piensa distinto es cada vez mayor.

Lo peor de todo es que ya se afecta la institucionalidad. La polarización ha llegado a tal extremo que se comienzan a deslegitimar las instituciones por las personas que las ocupan. ¿La Presidencia? Ilegítima, él no es mi presidente. ¿Las cortes? Esos magistrados están todos politizados. ¿La Fiscalía? Cómo van a acusar esa mano de corruptos, no creo en esas pruebas. ¿El Congreso? Sobran las palabras. Y así es que se desbarata una sociedad.

En parte, la falta de confianza y legitimidad en las instituciones es porque sus ocupantes son a su vez no solamente víctimas, sino muchas veces asiduos promotores de la polarización. No hay una visión de un Estado único, al servicio del bienestar y el progreso de la sociedad. Hay feudos que riñen unos con otros por mostrar quién es el mas poderoso.

El meollo del asunto es ese: que las clases dirigentes, las “élites”, en el sentido más amplio de la palabra (políticos, academia, intelectuales, empresarios, etc.), no tienen ningún reparo en acabar con sus posibles opositores en un camino marcado por la vanidad. Unos tienen su plebiscito, otros se empeñan en construir su propio muro.

Y no se puede pecar por ingenuo. La política y el poder finalmente también son un tire y afloje, son transacciones donde se recibe y se da, como buena parte de la vida, para llegar a acuerdos y consensos sobre la base de unos principios básicos. Pero la polarización acaba con la posibilidad de sentarse a conversar y acordar, pues no se acepta al interlocutor del otro lado de la mesa. Solamente sirve mi posición y no estoy dispuesto a transar por nada distinto.

Todo lo anterior se amplifica con medios y periodistas obsesionados con el objetivo único de tener más likes y seguidores. Se convierten en megáfonos de la posición más popular sobre uno u otro asunto, sin ningún tipo de análisis o deseo de entender el fondo de las cosas. O, peor aún, manipulando la verdad para crear teorías conspirativas y francamente falsas. El mensajero es, nuevamente, más importante que el mensaje.

Al final, el objetivo no es tratar de convencer a los demás sobre lo que uno piensa. Lo que importa es por lo menos estar dispuesto a conversar para escuchar al otro, para lograr unos mínimos que permitan convivir. Dar el beneficio de la duda y descartar las ideas por alguna razón distinta a quien sea el mensajero. Y ojalá no llevarse las instituciones por delante, con la vanidad como consejera.

Ojo con el dato: los indígenas en el Cauca dicen tener 544.900 Ha, y productivas “solo” el 37 %, equivalente a 201.613 Ha. Para comparar: el Valle del Cauca tiene 225.560 Ha de caña de azúcar.

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