Matar a la madre

Columnista invitado EE
13 de julio de 2018 - 02:00 a. m.

Por Saia Vergara Jaime

El solo hecho de enunciar esas cuatro palabras juntas pone la piel de gallina por lo impensable, lo antinatural. Y, sin embargo, es una metáfora de lo que pretenden legalizar aquellos que, con el fin de aumentar el tránsito comercial marítimo hacia y desde el puerto de Cartagena, planifican la fractura y el dragado de “una parte” del arrecife mejor conservado del Caribe. Hablamos de corales centenarios cuya diversidad de especies forman cientos de colonias a lo largo de 1,8 km, en la desembocadura de la Bahía.

Los llamados “corales heroicos” de Varadero han provisto de sustento a las poblaciones afrodescendientes de Bocachica y Barú durante más generaciones de las que imaginamos. También han protegido a las islas y a la ciudad de incontables fenómenos naturales que los ciudadanos de a pie desconocemos. Este ecosistema generoso, cumpliendo a plenitud su función de madre, ha estado ahí, silencioso, escondido a los ojos de la ciencia hasta 2014 cuando Valeria Pizarro Novoa, bióloga colombiana PhD, hizo pública su existencia y junto con sus colegas (todos doctores en biología) se dedicaron a estudiarlo.

La relevancia de este patrimonio natural mundial tiene que ver con que, además de sus funciones maternas básicas, Varadero esconde en sus miles de millones de microbiomas los secretos de la reproducción y conservación de los ecosistemas coralinos que, debido al insoportable cambio climático, también están en peligro de extinción, acarreando consecuencias catastróficas para el equilibrio natural de la Tierra.

Lo extraño y, a la vez, lo más hermoso es que Varadero haya sobrevivido cientos de años en un hábitat tan hostil: las aguas de la contaminada Bahía de Cartagena en confluencia con las del Canal del Dique, tan llenas de sedimentos y desechos de todo tipo, con altas temperaturas y con un tránsito continuo de embarcaciones de distintos calados. Ahí, justamente, está la clave. ¿Qué le ha permitido adaptarse a circunstancias tan adversas? ¿Cuál es el secreto de su resiliencia? Los científicos, que frente al riesgo de su destrucción trabajan a toda prisa, aún no tienen respuestas. Y es que los tiempos de la ciencia en ningún caso tienen que ver con los tiempos del consumo desenfrenado que nos impone el comercio actual.

Estos organismos vivos “ocupan menos del 0,1% de la superficie total de los océanos” y a pesar de ello “son el hábitat de 25 % de todas las especies marinas”. Así mismo, son los ecosistemas subacuáticos con mayor biodiversidad del planeta. Y por aquella obsesión de los tiempos presentes de convertir todo en proyecciones económicas, a estas “selvas marinas” también se les ha asignado un valor estimado: 375 mil millones de dólares anuales.

La lista de los beneficios (tangibles e intangibles) que aportan los arrecifes-madre a la especie humana así como a tantas otras que se extinguirán si aquellos siguen muriendo es casi interminable, como explican Baker y Smith en el documental Saving Atlantis, estrenado esta semana en la Universidad de Cartagena. Varadero es el único arrecife conocido con un nivel de conservación tan insólito que, como es lógico, requiere ser estudiado en tanto patrimonio natural y esperanza de la humanidad.

Frente al clamor mundial de científicos, senadores, ambientalistas, docentes, artistas y ciudadanos movilizados en 2017 a través de change.org exigiendo a las autoridades su protección absoluta y con el aval de más de 25 mil firmas, ¿qué piensan hacer el presidente y Minambiente? ¿Por qué luego de tantos años aún no han tomado posición? Frente a la gravedad de esta situación, ¿por qué no están ejerciendo la función que los ciudadanos les encomendamos y que constitucionalmente tienen como obligación, cual es la de proteger el patrimonio natural de la Nación?

Si en vez de un arrecife este descubrimiento hubiera sido el de un galeón hundido de inmediato se habrían invertido recursos públicos y privados en su estudio y a nadie se le habría ocurrido destruirlo ni fragmentarlo. Como tampoco a nadie se le ocurriría partir en dos el Fuerte de San Fernando, frente a Varadero, para darles más espacio a los barcos que entran y salen del puerto porque se entiende que ahí donde unos solo ven rocas viejas, otros vemos patrimonio cultural que, por cierto, es de todos —incluso de aquellos que no saben distinguir—. ¿Qué clase de ignorancia, desconocimiento o ambición nos lleva a pensar a que el patrimonio natural —no renovable, en este caso— sí puede destruirse?

Si el actual jefe del Estado y su ministro de Ambiente, o los que están por tomar el relevo, dan luz verde (activa o pasiva) a la “Variante del canal de acceso” —como han llamado eufemísticamente al mortal proyecto— y si permiten con ello que los portuarios toquen nuestro arrecife que, tal como el Fuerte, es patrimonio y hay que preservarlo, serán recordados en el mundo por haber matado a la madre, pero a la madre de todos. Y lo único que no tiene solución ni compensación es la muerte.

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