Matar un pajarito

Héctor Abad Faciolince
01 de julio de 2018 - 02:00 a. m.

Si bien la mayoría de los animalistas son pacíficos e inofensivos, también hay animalistas violentos y furibundos. De estos últimos, que suelen refrendar sus convicciones con una dieta vegana –al menos en esto son coherentes–, los hay también fanáticos que llegan a combinar sus acciones legítimas de proselitismo con un activismo que los sitúa ya en los límites del terrorismo. Dos noticias recientes me llevan a creer que por el lado de los defensores de los derechos de los animales podrían llegar algunas de las amenazas del fanatismo futuro.

La primera es una solicitud de protección policial lanzada por la Federación de Carniceros de Francia. En una carta pública denuncian las acciones vandálicas lanzadas contra ellos por activistas veganos que ensangrientan (con falsa sangre) sus carnicerías, hacen pintadas y grafitis contra su actividad en las puertas y vitrinas de sus negocios, y los acusan en las redes sociales de ser culpables de genocidio contra varias especies animales diferentes a la humana. Así como hay racistas y sexistas, se consolida la idea de unos nuevos culpables: los “especistas”, es decir, aquellos que discriminan, esclavizan y se comen especies diferentes al homo sapiens. El gremio de los carniceros franceses se dice víctima de violencia física, verbal y moral. Incluso las lecheras han visto sus tiendas pintadas con consignas tales como “La leche es violación” o “La leche es asesinato”.

Estoy de acuerdo con quienes piensan que, para el bien del planeta, es necesario disminuir el consumo de carne y pescado. También es lamentable que el lobby francés de los alimentos haya ayudado a vetar una ley que promovía al menos una comida vegetariana semanal en los colegios de Francia. Pero pasar de estas medidas sensatas a acusar a los carniceros de ser verdugos y asesinos, y a intentar impedir que ejerzan su trabajo, es dar un paso muy largo, hacia la imposición y la intolerancia. Cuando el vegano se convence de que comer carne, miel, huevos o pulpo es un asesinato, se empieza a parecer a quienes piensan que el aborto es lo mismo. La conducta moral, en ambos casos, puede ser discutida (puede alegarse violencia contra el feto o contra los animales), pero la imposición de esas convicciones es un atentado contra un valor superior: la libertad de escoger.

La segunda historia tiene que ver con un científico que mató un martín pescador con fines de investigación. Se trata de Christopher Filardi, biólogo que trabajó hasta hace un par de años en el Museo Americano de Historia Natural. La tragedia de este hombre, que luchaba por la protección y conservación de especies, ocurrió cuando en la página del museo se publicó una foto del hermoso kokoko (ese es su nombre local) capturado y sacrificado en las Islas Salomón. A partir de esta foto, y mientras Filardi estaba aún en Oceanía, algunos académicos animalistas publicaron críticas feroces en las que se exigía que había que dejar de matar animales en nombre de la ciencia. De la academia la historia pasó a las redes sociales y allí empezó el infierno para este investigador.

Según Kirk Wallace Johnson, que publicó la historia de Filardi en el New York Times, los animalistas místicos empezaron a llamar “asesino” al biólogo y a amenazarlo a él y a su familia. Cuando la foto del pajarito se volvió viral las amenazas arreciaron hasta tal punto que Filardi, a pesar de haber explicado a saciedad los propósitos de su captura y el hecho de que su investigación redundara en la protección local de esta especie de pájaro, tuvo que renunciar a su puesto en el museo y hoy vive en la clandestinidad en un sitio que no revela para proteger la seguridad propia y la de su familia.

Demasiados niños han sido educados con mascotas y con programas de animalitos buenos que no se comen a otros y no matan ni una mosca. El fundamentalismo animalista de hoy, como todos los fanatismos, se origina en cierta ingenuidad buenista mezclada con altas dosis de ignorancia.

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