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¿Me conoces, mascarita?

Ricardo Bada
12 de febrero de 2010 - 02:22 a. m.

La Historia, gran facedora de entuertos, tan sólo ha conservado el nombre de su compañero.

La Leyenda, en cambio, gran Don Quijote, subraya con todos los posibles adjetivos románticos aquellos diez años que estuvieron juntos el gran hombre y nuestra heroína. Diez años de los cuales los cuatro primeros vivieron en concubinato, y durante los cuales nacería el primero de sus hijos. Diez años de duras luchas en dos continentes, y sin que una sola palabra de queja saliese de los labios de esta mujer incomparable. Aun cuando habría tenido más de un motivo para quejarse.

Por ejemplo: el dichoso día en que por fin pudieron legitimar su unión, los bolsillos del hombre amado se encontraban tan vacíos que no hubiese podido pagar los gastos de la boda si no hubiera vendido el único regalo de valor que ella le pudo hacer en todo ese tiempo: un reloj de plata. En cierto sentido, esta vida real recuerda mucho la de una de las protagonistas de Bertolt Brecht: la Madre Coraje. Sólo que a la Madre Coraje, al final de la representación, la vemos seguir arrastrando la carreta. A nuestra heroína, al final de esta rememoración, la vemos muriendo en la retirada de una derrota, embarazada de seis meses y gritándole al marido: “José, el niño...”. Ella moriría, y su hombre ni siquiera podría velarla, huyendo como iba a matacaballo.

Y así terminaría al otro lado del gran charco, diez años después de iniciarse, esta bellísima historia de amor que comenzó, para aquél a quien ella llamaría José, en las tierras de este lado del gran charco; en la patria de ella, adonde él había llegado huyendo, una vez más, como tantas otras veces en su vida.

Poco menos que doce años tras la muerte de su esposa, el gran hombre vio transformada en realidad la idea por la que había luchado, y aún viviría veintiún años más, participando en otras guerras y convertido —ya— en aquel personaje legendario que simboliza como ningún otro el  espíritu revolucionario de su país natal.

Hasta aquí el cuento. Confieso que desde que tuve noticia de la vida y milagros de esta mujer, se convirtió para mí en una de las grandes personalidades ignoradas de la Historia. Su caso demuestra, de manera incontrovertible, que detrás, pero también al lado de un gran hombre, siempre ha habido una mujer de un temple muy especial. En este caso de que estamos hablando, era un temple como el del acero.

¿Quién fue esta compañera heroica de uno de los grandes héroes de la Historia?

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