Medellín 1968

Ricardo Arias Trujillo
25 de septiembre de 2008 - 09:43 p. m.

HACE CUARENTA AÑOS SE LLEVÓ A cabo en Medellín la segunda conferencia general del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), un organismo que representa y agrupa a los episcopados del continente.

En medio de un contexto internacional particularmente agitado, con manifestaciones de todo tipo que pedían un mundo más libre y justo, el Celam decidió comprometerse con la causa de los sectores populares de América Latina (“opción preferencial por los pobres”).

Los promotores de esta iniciativa estaban influenciados por el clima de agitación que se vivía en distintos puntos del planeta. La Revolución Cubana se había convertido en el referente para millares de jóvenes; el movimiento estudiantil hacía sentir sus ruidosas protestas contra el “orden burgués” y el “imperialismo”; los partidarios de la liberación femenina celebraban la caída de no pocos tabúes. El descontento y la rebeldía también iban dirigidos contra la Iglesia Católica, percibida como una institución anacrónica que defendía sus viejos valores en un mundo cada vez más secular.

Importantes líderes del catolicismo, atentos a lo que estaba pasando, consideraban que la Iglesia no podía seguir ignorando los “signos de los tiempos”, que tenía que adecuarse a las exigencias de la época. “Los sesenta” fueron los años del Concilio Vaticano II (1962-65), en el que la Iglesia, liderada por Juan XXIII, quiso renunciar a una cristiandad de tipo medieval y dar así un paso fundamental hacia una mejor comprensión del mundo moderno. En 1966, murió en combate Camilo Torres, cuyo ejemplo se convirtió en un modelo para muchos latinoamericanos. En 1967, la encíclica Populorum Progressio de Pablo VI le concedió gran importancia a las luchas revolucionarias y concluyó que sin un verdadero desarrollo no podría haber paz en el mundo. En la segunda mitad de la década, la Teología de la Liberación no dudó en afirmar que la pobreza y la exclusión también constituían una forma de pecado, y llamaba a los católicos a luchar para liberarse de tales males.

La reunión del episcopado en Medellín se desarrolló, como se ve, en un contexto de profundas trasformaciones, al que no escapaba la propia Iglesia. Los obispos del continente, con excepción de los colombianos, centraron deliberadamente su mirada en la pobreza. No sólo denunciaron la vergonzosa situación en la que vivían millones de latinoamericanos, sino que señalaron a los culpables de tales injusticias, comenzando por la “oligarquía”. Los prelados procedieron incluso a una fuerte autocrítica, reconociendo que la Iglesia, aliada a la clase dirigente, no había estado a la altura de sus deberes sociales. La lectura que hicieron del descontento popular y de las organizaciones guerrilleras rompía con las interpretaciones tradicionales: las protestas y la violencia política tenían su origen en el fracaso del Estado en materia social, y no en un “complot comunista”, como afirmaban los sectores conservadores. Por lo tanto, agregaban, era urgente proceder a las reformas necesarias para poner fin a las diversas formas de “violencia institucionalizada” (pobreza, analfabetismo, exclusión política, represión, etc.).

Los vientos renovadores no tardaron en ser silenciados por las corrientes tradicionales, poco dispuestas a tolerar la militancia y los “excesos” del clero más progresista. Desde los años ochenta, una nueva jerarquía católica se encargó de deslegitimar el legado de Medellín 68. Juan Pablo II, desde Roma, y el cardenal colombiano Alfonso López Trujillo, a la cabeza del Celam, multiplicaron las condenas contra las tendencias “izquierdistas” de la Iglesia. El catolicismo también conoció, pues, una prometedora “primavera” en los 60, pero, al igual que otras tentativas que lucharon por revitalizar sus respectivos mundos, no logró vencer las resistencias de las fuerzas más reaccionarias. Entre ellas, se encontraba el episcopado colombiano, que tardó varias años en reconocer las denuncias formuladas en Medellín.

*Profesor del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes.

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