Sombrero de mago

Medio pan y un libro

Reinaldo Spitaletta
27 de marzo de 2018 - 02:00 a. m.

Parece que estamos en los “tiempos de la alienación de uno mismo”, en los días en que ya ni siquiera nos enteramos de estar dominados, uniformados, vueltos un tornillo, un producto en serie. Somos “el resultado de una operación algorítmica”. Hay filósofos que hoy lo pregonan (como el surcoreano Byung-Chul Han). Hace años lo advirtió el tango: “Los chicos ya nacen por correspondencia y asoman del sobre sabiendo afanar (robar)”.

Y lo peor: parece que, ahora, no hay contra quien dirigir la protesta, ni las revoluciones (¿qué es eso? Acaso sos un dinosaurio). No existen los propiciadores de la represión. Ni siquiera en la virtualidad están los ejecutantes de la violencia, a veces sutil, a veces muy evidente, pero que el poder de hoy disimula a través de la mentira y la hipnosis colectiva. Increíble: un tango de los días de la miseria y las infamias lo tenía claro. Y sabía contra quién había que luchar: “Declaran la huelga, / hay hambre en las casas, / es mucho el trabajo / y poco el jornal”, dice Al pie de la Santa Cruz (1933).

Y más claro aún lo tenía el poeta de Fuente Vaqueros, pueblito donde las muchachas tenían un atractivo sentido de la gracia y la elegancia, y los muchachos eran capaces de secundar un “movimiento noble”. En 1931, el vate de los romanceros gitanos y de La zapatera prodigiosa inauguró en su natal aldea una biblioteca. Sí, ¡una biblioteca! (en algunas partes, como en Bello, Antioquia, antes las cierran, como pasó en Niquía, donde un cura le puso candados a una biblioteca comunal).

Todavía circulan en folleto, o el viento del pueblo las lleva y las trae, las palabras de Federico García Lorca, pronunciadas con ocasión del acontecimiento feliz. Tienen un título significativo: Medio pan y un libro. Tienen la música del deseo de saber. Están articuladas como apología del conocimiento, de la sed de aprender. “Porque en el mundo no hay más que vida y muerte y existen millones de hombres: que hablan, miran, comen, pero están muertos”, decía a los concurrentes al evento el autor de Poeta en Nueva York.

Y se lamentaba el gran Federico de la suerte de aquellos que, por falta de medios “y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión”. Y lo decía aquel que carecía de libros porque todos los que compraba los regalaba. “No solo de pan vive el hombre —agregaba el poeta—. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan, sino que pediría medio pan y un libro”.

En aquella alocución cultural, el vate del cante jondo se dejó venir (o ir) contra aquellos (más que todo, políticos y cosas así) que jamás tienen en sus programas reivindicaciones culturales, asuntos que tengan que ver con el desarrollo de la inteligencia y la sensibilidad. “Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social”.

En su discurso, en el que cita a Dostoievski, el mismo que, en Siberia, en su destierro, pedía que le enviaran libros para que su alma no muriera, García Lorca realiza una defensa de la cultura, del pensamiento, de la libertad y de las bibliotecas. En rigor, el mundo se ha transformado por los libros, por las enciclopedias, por el ejercicio de la razón y la inteligencia. Tal vez por eso los han quemado. ¡Cuántos inquisidores han muerto pero los libros, aquellos que fueron víctimas de los incineradores, siguen vivos!

Es un bello viaje en el que se embarca el poeta y dramaturgo, una breve historia de los libros, de la imprenta, de la aventura inaplazable de saber. “Contra el libro no valen persecuciones. Ni los ejércitos, ni el oro, ni las llamas pueden contra ellos…”. En su periplo por los libros y su naturaleza, hace un llamado a que los pueblos lean, porque, así, se podrá obtener el sentido de la libertad, el sentido de los otros.

Hoy, entre redes y desarrollos tecnológicos, nos parecemos más a seres incomunicados, avasallados por cadenas visibles e invisibles. Sin conciencia de las novísimas maneras de la esclavitud.

El pianista y poeta terminó así su intervención. Recordarlo puede ser una manera de revivir el sentido crítico: “Que esta biblioteca sirva de paz, inquietud espiritual y alegría en este precioso pueblo donde tengo la honra de haber nacido, y no olvidéis este precioso refrán que escribió un crítico francés del siglo XIX: ‘dime qué lees y te diré quién eres’. He dicho”.

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