Memoria

Ana María Cano Posada
05 de junio de 2009 - 03:11 a. m.

SE ME HA VUELTO A LA MEMORIA como una catarata, unos recuerdos que tenía bien sepultados por razones que enseguida se entenderán, las caras y la trayectoria de una serie de personajes que conocí en el año 1990 de manera impensada.

Era el Nuevo Liberalismo en su etapa más fervorosa. Habían asesinado a su líder, ahora hace precisamente 20 años, y los que habíamos llegado a la confianza en la política por obra y gracia de ese visionario Galán, salíamos de debajo de las piedras, provenientes de todos los orígenes apolíticos posibles. En Medellín lideraba este movimiento Iván Marulanda (hoy candidato presidencial que tuvo que decir que él no es Manuel Marulanda), amigo personal y seguidor incansable de Galán; Iván, quien entonces, como ahora, contaba con una candidez proporcional a su terquedad y a la capacidad de creer en la política liberal por encima de todas las cosas. Sólo a un tipo adorable y desorbitado como él se le podía ocurrir hacer una lista al Concejo de Medellín compuesta de desconocidos en política: el primer renglón, Tulio Gómez Tapias, un reconocido constructor de Medellín, y el segundo, una reportera cultural del periódico El Mundo que ignoraba todo, las jerarquías públicas y la organización política de la ciudad, Ana María Cano. Creo que ante la improbabilidad de quedar elegidos aceptamos la propuesta aún sin conocernos personalmente, pero la confianza ciega en la gente del Nuevo Liberalismo nos permitió cerrar los ojos.

Hoy vemos que el asunto no era tan sencillo porque a esas filas llegaron por tiempo breve Pablo Escobar (expulsado en memorable discurso del Parque de Berrío, sentencia de muerte de Galán y Rodrigo Lara) y durante todo el tiempo militó en él el ajedrecista y empresario de riesgos Luis Pérez Gutiérrez, candidato a la alcaldía de Medellín derrotado por Alonso Salazar, que es otra historia.

La sorpresa, los ocho mil votos que nos llevaron a la curul. Y con susto indecible llegamos al hemiciclo con cero experiencia oratoria y total inexperiencia política. Importa saber que en ese momento ser concejal era ad honórem; todavía existían auxilios (30 millones para cada miembro) y las sesiones eran largas y nocturnas porque la mayoría era hábil con la lengua y expertos en extenderse en títulos honoríficos y repeticiones en sus discursos.

En ese recinto estaban sentados de derecha a izquierda (saltándome los que no me acuerdo o que han desaparecido de la palestra): ironía, el primero a la derecha, Gonzalo Álvarez Henao, único concejal de la izquierda casi con escaño fijo porque a esa altura llevaba cuatro consecutivos. Seguía Luis Fernando Arbeláez, baquiano concejal director de la Comisión del Plan, nuevo liberal, urbanista con un altruismo que le permitió inventarse la “Comisión asesora para la cultura” en la que se publicaban antiguos mapas de Medellín y financiaciones para la cenicienta de la cultura.

Después seguíamos nosotros (uno de los dos, porque nos repartíamos la asistencia, porque ambos, Gómez y yo, debíamos vivir de trabajar, entonces como ahora). Seguía José Roberto Arango, ejecutivo privado, de una rama del Partido Liberal del entonces fogoso senador Álvaro Uribe Vélez. Arango, un experto en economía, fue apto para manejar con probidad los dos años del período del Concejo, la Comisión Segunda, la de presupuesto, para hacer rendir los dineros del municipio de Medellín, desenredando entuertos y haciendo preguntas que nadie más sabía hacer.

(Sigue una segunda parte de esta columna).

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