¿Meras coincidencias?

Daniel García-Peña
02 de junio de 2020 - 05:00 a. m.

La semana pasada, la Embajada de Estados Unidos en Colombia emitió un comunicado anunciando que una Brigada de Asistencia de Fuerza de Seguridad, conocida como SFAB por sus siglas en inglés, vendría al país a comienzos de junio para ayudar en la lucha contranarcóticos.

Lo primero que salta a la vista es que haya sido la Embajada que dio la noticia y no las autoridades colombianas. Quizá fue en retaliación por el hecho de que hace unas semanas el alto comisionado para la Paz, Miguel Ceballos, se les hubiera adelantado para anunciar que EE. UU. había incluido a Cuba en la lista de países que no cooperan en la lucha contra el terrorismo, presentándolo como un logro del gobierno de Duque.

Pero el comunicado de la Embajada es también curioso porque señala que el ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo, y el comandante general de las Fuerzas Armadas, Luis Fernando Navarro, habían dicho (no queda claro cuál de los dos lo dijo o si lo dijeron al unísono) que el narcotráfico “es uno de los motores principales de la violencia que afecta a las comunidades, a los líderes sociales. El narcotráfico asesina a nuestros campesinos, destruye los bosques, la fauna y contamina los ríos y mares de Colombia”. El comunicado señala que la SFAB operaría en las llamadas Zonas Futuro. Luego se conoció que éstas incluyen los Parques Nacionales Naturales de Chiribiquete, Sierra de la Macarena, Nudo de Paramillo y Sanquianga. Pocos días después, el Comando Sur del Ejército de EE. UU. precisó que solo serían 50 soldados y que no estarían armados.

Así las cosas, el asunto no parece tan grave. Los medios tampoco le han parado muchas bolas, copados por el COVID-19. Pero permítanme dudar que la SFAB sea desplegada en Colombia con el fin de cuidar a los líderes sociales o a la fauna y flora.

En primer lugar, las SFABs (existen varias) están compuestas por 800 oficiales escogidos de unidades regulares de combate y sometidos a entrenamientos en la academia de Fort Benning, Georgia. En la página oficial del Ejército (goarmy.com) se indica que su propósito es “apoyar los objetivos de seguridad y las necesidades de combate (warfighting needs) de los países socios".

En segundo lugar, el mismo comunicado de la Embajada señala que además de luchar contra el narcotráfico, la misión de la SFAB busca “el apoyo a la paz regional, el respeto de la soberanía y la promesa duradera de defender los ideales y valores compartidos”. No sé por qué, pero eso de la “paz regional” me huele a Venezuela y se me ocurre que uno de los “ideales y valores compartidos” puede ser tumbar a Nicolás Maduro. Por cierto, entre las Zonas Futuras también incluyeron Arauca y el Catatumbo.

Y, por último, hay antecedentes que mencionar. He aquí un breve recuento de algunos:

El 23 de febrero de 2019, el entonces ministro de Relaciones Exteriores, Carlos Holmes Trujillo, coordinó el llamado cerco humanitario con la presencia de varios ilustres invitados internacionales, entre ellos, Marco Rubio, senador republicano de Florida, al lado de Juan Guaidó, quien un mes antes se había autoproclamado presidente interino de Venezuela y llegó al evento luego de cruzar la frontera escoltado por Los Rastrojos. Las festividades incluyeron un concierto cuya seguridad estuvo a cargo de Jordan Goudreau, exmiembro de las fuerzas especiales de EE. UU., veterano de Irak y Afganistán.

En noviembre 2019, Carlos Holmes Trujillo dejó de ser ministro de Relaciones Exteriores y pasó a fungir como ministro de Defensa. Días después, se filtró una conversación en la cual Francisco Santos, el aún hoy embajador de Colombia en EE. UU., le comentaba a Claudia Blum, recién nombrada ministra de Relaciones Exteriores, que en Venezuela solo quedaba la opción de “acciones encubiertas allá adentro”.

El 24 de marzo de 2020, entre Barranquilla y Santa Marta se incautaron unas armas que, según lo declarado a Blu Radio por Clíver Alcalá, exmilitar venezolano que fue detenido, eran para tumbar a Maduro en el marco de un convenio firmado por Guaidó y “asesores norteamericanos que desde hace muchos meses venimos trabajando la conformación de una unidad libertad para Venezuela.” De inmediato, Alcalá fue entregado a la DEA y llevado a EE. UU. sin haber respondido por los delitos cometidos en Colombia.

El 26 de marzo, se informa en Washington de los cargos de la justicia estadounidense contra Maduro por narcotráfico. El 1 de abril, Trump en Florida anuncia el despliegue de buques de guerra a las costas de Venezuela para detener el narcotráfico. Y el 3 de mayo fracasó de manera estruendosa la Operación Gedeón, dejando al menos ocho muertes y decenas de detenidos, incluyendo a dos mercenarios estadounidenses, uno de ellos Jordan Goudreau, que confiesa que el objetivo central era asesinar a Maduro y que su base de operaciones por un año había sido Colombia. De ser esto cierto, hay responsabilidad del Estado colombiano por acción u omisión. ¿Son todas estas meras coincidencias?

A Maduro lo tildan de paranoico por decir que se trata de una intervención en cierne. Pensando como analista, las probabilidades de una invasión gringa a Venezuela son bajas. Pero lo cierto es que la política exterior colombiana está dedicada a “tumbar a Maduro”, pese a ser abiertamente violatorio de la Constitución que en el artículo 9º establece los principios de respeto a la soberanía nacional, la autodeterminación de los pueblos y el reconocimiento del derecho internacional. Por otra parte, el loco e impredecible Trump está obsesionado con una reelección cada vez más elusiva, en la cual Florida es clave. Y como decía el cineasta Luis Ospina (QEPD): “a los paranoicos también los persiguen.”

danielgarciapena@hotmail.com

* Profesor de la Universidad Nacional de Colombia y Director de Planeta Paz.

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