¿Mermelada o pegamento?

Luis Carvajal Basto
12 de marzo de 2018 - 02:00 a. m.

La debilidad de los partidos; la atomización de las fuerzas políticas, han convertido  los recursos del Estado en el factor que los aglutina. En ausencia de partidos fuertes, principios e ideas, en la distribución del presupuesto se sustenta la gobernabilidad.

Debe decirse que la “mermelada”, como se conoce el reparto de recursos para las regiones, no  significa su mal uso o ilegalidad, como tampoco lo es que los parlamentarios, en representación de sus electores, gestionen recursos para sus regiones a cambio del favor de sus votantes en lo que  algunos califican como “clientelismo”. Al fin de cuentas, para eso son elegidos. Tampoco puede ser cuestionable el cabildeo que realizan, otra vez en nombre de sus electores, en las entidades de gobierno. Otra cosa es la corrupción en sus diferentes modalidades.

Con la frase “si aquí tuviéramos un sistema parlamentario  tu escenario sería catastrófico… mientras sea presidencialista y exista la mermelada…”, un  brillante expresidente  tuvo la generosidad de comentar mi columna anterior en la que hago un pronóstico, confirmado en las elecciones de ayer, acerca de la dispersión de las fuerzas políticas: en Colombia ningún partido o movimiento tiene mayorías. En un sistema parlamentario no  se podría formar gobierno o  sería una tarea muy complicada.

¿Y entonces cómo hacen nuestros gobiernos para que sus leyes, mediante las cuales orientan la capacidad decisoria y los recursos del Estado, conviertan en realidad las propuestas, transformadas en políticas públicas, y sean aprobadas en el congreso; es decir la gobernabilidad o, sencillamente, para que gobierno y país funcionen? La respuesta es simple: se trata de la “mermelada” que viene a suplir el defecto institucional que significa la ausencia de partidos consistentes.

El desprestigio de la política, su pérdida de credibilidad, es un fenómeno mundial aunque en Colombia tengamos  matices muy fuertes. Las razones son, básicamente, dos: la debilidad fiscal de los estados, una consecuencia de la globalización que ha reducido su capacidad de recaudo e influencia, y la transparencia promovida por medios y redes sociales, poniendo en evidencia y popularizando el conocimiento y detalles de una enfermedad sistémica: la corrupción .

En un análisis superficial la crítica de la política ha satanizado  a los partidos. Una divertida e inteligente mirada sobre lo que ocurre ha sido recientemente mostrada, vale decir no resuelta, por nuestros compañeros de La Pulla (ver aquí), aunque no sea una mala noticia que “los partidos no se vayan a morir”. El asunto en el fondo es que no se ha inventado una democracia sin partidos aunque tenemos una que los “entierra” solo para resucitarlos, muchas veces en tercera persona, reduciéndolos a una expresión utilitarista, para no decir que propuestas e ideas han perdido peso en una era de electores decididamente mal, y apenas superficialmente, desinformados.

El enfoque psicosocial usado en Ciencia Política explica  la  decisión de votar  como fundada, básicamente, en  emociones y sentimientos. En esta Colombia otro enfoque, el del elector racional, serviría para explicar una minoría. La crítica inmisericorde  e irracional de la política necesariamente da paso a la descalificación de los partidos y, luego, a la de los gobiernos sin los que la sociedad viviría en el caos, así que no tenemos más remedio que reivindicar a la buena política poniendo allí nuestra esperanza y esfuerzos.

En esa perspectiva las elecciones de ayer  dejan sobre la mesa la pregunta acerca de cuál candidato será capaz de formar mayorías en este difuminado congreso  sin el que las tareas de gobierno se verían comprometidas. La respuesta es fácil: cualquiera siempre que tengamos la mermelada, más bien el pegamento, que los aglutine para formar una nueva coalición o mayoría. Por cuenta de  presidencialismo imperfecto y “mermelada” es el ejecutivo, en un ejercicio de desequilibrio de poderes, quien toma las decisiones que cuentan.

@herejesyluis

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