Mermelada perpetua

Pablo Felipe Robledo
15 de mayo de 2019 - 05:00 a. m.

La Cámara aprobó en lo que llaman sexto debate un proyecto que pretende modificar el artículo 351 de la Constitución, el cual hoy NO permite a los congresistas tener iniciativa para aumentar partidas del proyecto de presupuesto o incluir nuevas, salvo aval del Gobierno.

Esa prohibición existe desde la reforma constitucional de 1968, bajo la atinada tesis de que es al Gobierno como ejecutor del presupuesto a quien corresponde el control de las iniciativas. El problema fue que en el gobierno de Carlos Lleras, si bien se asumió el control del presupuesto, se inventaron como “compensación” los auxilios parlamentarios, fuente de corrupción por décadas hasta que la Constitución de 1991 los eliminó.

La reforma constitucional que está a punto de ser aprobada es de autoría de congresistas de todos los partidos y cuenta con el respaldo de la inmensa mayoría de ellos. Esto, a primera vista, es indicio de una de dos cosas diametralmente diferentes: o es una gran idea o es algo realmente perverso, como muchas veces suele ocurrir en ese circo llamado Congreso, plagado de orangutanes y avezados domadores.

La reforma permitiría a Senado y Cámara, una vez aprobado el presupuesto en las comisiones económicas conjuntas, aumentar o incluir nuevas partidas, a su capricho y sin necesidad de contar con el aval del Gobierno.

Los congresistas podrían, por sí y ante sí, efectuar modificaciones por un monto equivalente de hasta el 20% del presupuesto de inversión (léase $20 billones aprox.), mediante el aumento, disminución, inclusión o traslado entre partidas presupuestales. En la actualidad, ello les está vedado en cualquier porcentaje.

Lo anterior no es nada más ni nada menos que revivir lo que hemos considerado fuente de corrupción, tráfico de influencias, detrimento del erario, distribución presupuestal antitécnica, feria de recursos, elefantes blancos y populismo presupuestal. Digámoslo sin evasivas: esto es dejar expuestos muchos billones de pesos a las necesidades políticas de unos congresistas, quienes en algunos casos impulsarán obras para sus regiones, pero en la mayoría de ellos promoverán “inversiones” para su beneficio, el de sus clientelas y aportantes.

Quienes respaldan esta propuesta quieren revivir, sin sonrojarse, los auxilios parlamentarios cuya perversa existencia fue uno de los detonantes de la constituyente, los cupos indicativos o como los quieran llamar, que es en gran medida como se ha repartido la mermelada. Una moderna receta para una mermelada que les sabrá deliciosa y les engordará.

De aprobarse esta reforma, sin que nadie diga nada y bajo la pasividad del Gobierno, Duque pasará a la historia como el mandatario que permitió la aprobación de ese nefasto “articulito” para perpetuar la mermelada que juró eliminar.

Veremos a los congresistas comprándose sus respaldos para las iniciativas de inversión y jugando al “yo te voto la tuya, tú me votas la mía”. Claro está, dice el “articulito”, los congresistas tendrán el deber de hacer públicas sus gestiones y actuar con eficiencia y transparencia. Cuenten con eso.

 

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