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Mesías y verdugos

Cristina de la Torre
25 de noviembre de 2008 - 01:18 a. m.

EN COLOMBIA, PAÍS DEL SAGRADO Corazón, sólo otro Mesías podrá hacerle chico al Presidente. Y he aquí que un “indio igualado”, como la idiotez de cierta oligarquía cataloga a David Murcia, amenaza trocar a Uribe de salvador en verdugo de su pueblo.

Si en vez de desmontar la política que permite a militares asesinar inocentes, éste invoca para evitarlo al Espíritu Santo, el nuevo potentado rubrica su poder con el lema de “creer en Dios y en David Murcia Guzmán”. Con aval divino, reparte él migajas del narcotráfico para blindar con apoyo popular la más grande operación de lavado de activos en el mundo. Y extiende sus tentáculos hacia esferas del poder a veces receptivas. Así lo sugiere la repentina premura con que se intervino a DMG y se puso a su dueño tras las rejas, después de años de sospechosa inacción, casi en el momento mismo en que los hijos del Ejecutivo parecían enredados en tratos con esa firma, y el promotor del referendo reeleccionista no acertaba a explicar por qué le aceptó ayuda en el acopio y transporte de las firmas.

Los habitantes de La Hormiga, Putumayo, riegan con llanto todos los días una oración a Dios y otra al apresado. El cura salta en su primer sermón del Apocalipsis a David Murcia, a su amparo para construir la nueva parroquia y dar mercados a los pobres. Todos le oran en trance místico, elevando hacia el cielo manos y ojos y grandes voces. Patetismo comparable al de tantos compatriotas que no se figuran al Presidente sino en olor de santidad.

Pero en el Putumayo, como en tantas partes, no todo son rezos y lamentos. Hay también parálisis de la economía, desórdenes y protestas contra el Gobierno que le arrebata el pan a la gente. Y es que Murcia y las pirámides llenaron el vacío de ingresos que la fumigación de los cultivos ilícitos dejó. No bien se quedaron los cultivadores sin oficio y sin qué comer, cuando DMG les cayó como maná del cielo. Hasta hace diez días, 85% de la población del Putumayo era clientela suya. Ya se prepara marcha desde el sur hasta Bogotá en reivindicación de la última alternativa económica que les quedaba.

Comedia de equivocaciones en la que ha derivado este Gobierno, el de las pirámides es epílogo de una larga cadena de escándalos que ha terminado por atrofiar el juicio de los colombianos. De tanto mirarnos el ombligo, provincianos, no sabemos ya medir las proporciones de barbaridades que llenan de asombro al extranjero.

Tras la defensa del Presidente de su director del DAS, cuando se le acusó de asociarse con el crimen; tras la permanencia en el cargo del Ministro del Interior, no obstante que a su hermano se le incrimina por vínculos con la mafia, y la del Ministro de Hacienda en el suyo habiéndose quedado quieto frente a la estafa colosal de las pirámides; tras el alegre paseíllo de los emisarios de don Berna  en Palacio, cabe exigir explicaciones convincentes a miembros del círculo íntimo del Presidente que tuvieron amistad, contactos, tratos, negocios o proyectos con el más grande lavador de dólares que se conozca, o con sus socios.

La corrupción ha dado en Colombia un salto cualitativo. A la mordida, el soborno, el peculado, el nepotismo, el favoritismo en los contratos agrega hoy la avanzada del crimen que quiere incrustarse en la entraña del poder. Y el Gobierno ahí: o no se percata, o no quiere saberlo. En todo caso sirve, y mucho, ser Mesías. Unas veces, para nadar en oro habido con sangre;  otras, para pasar de agache.

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