Mezquindad y banalidad

Beatriz Vanegas Athías
12 de junio de 2018 - 02:00 a. m.

En verdad resulta inédita la manera exacerbada en que instancias representativas del statu quo están atemorizadas con la posibilidad de que un candidato de la izquierda —he de decir mejor, de ideario liberal— sea el próximo presidente de Colombia.

Mientras, sectores como los indígenas, las comunidades afro, los campesinos —ellos sí expropiados por la guerra—, los estudiantes endeudados, los artistas y escritores sin nómina en los ministerios, las mujeres consideradas siempre ciudadanas de segunda, los miembros de la comunidad LGBTI ninguneados y ultrajados, los médicos condenados a la frustración de no ejercer su profesión con dignidad, las víctimas de la guerra que sigue viva con su oficio de muerte, los millones de colombianos que padecen la muerte lenta en hospitales y clínicas, los desempleados de un país desindustrializado, las madres que aún no han podido enterrar a sus hijos porque quién sabe en qué fosa común se hallan los restos… Estos sectores, que jamás han tenido la posibilidad de sentirse representados por un candidato y su programa de gobierno, ahora han logrado por fin cuajar esta ilusión sin tener que escoger entre el malo y el menos malo sino, por primera vez desde Carlos Gaviria, escoger con el criterio pleno de convicción y real esperanza.

Pero a los medios radiales y a muchos escritos como El Tiempo e incluso este diario en el que hoy escribo, a los intelectuales estatizados como los llama la escritora Carolina Sanín, a la prensa capitalina, decir lo expresado en el párrafo anterior les parece peligroso porque polariza y promueve la lucha de clases. Amantes del buen decir que mata con elegancia, no les ha faltado —eso sí— escrúpulo para alistarse en las huestes del candidato de Centro Democrático Iván Duque, de quien falsamente dicen en la editorial de El Tiempo del pasado 9 de junio: “El que a lo largo de la campaña Duque no haya emitido una sola opinión desobligante para descalificar a sus adversarios puede parecer un detalle menor, pero no lo es. En una sociedad polarizada, es menester regresar a la controversia civilizada de las ideas y la construcción de consensos. No es fácil, pero solo alguien con poco equipaje será capaz de tender puentes y enterrar odios que entorpecen la marcha hacia un futuro mejor.

Cuánta banalidad en esta argumentación y cuánta ceguera ante un candidato que aupado por el verdadero candidato —el senador Álvaro Uribe— y todo el equipo retrógrado que lo acompaña ha promovido una campaña de miedo y engaños acusando a Gustavo Petro y a Ángela María Robledo de guerrilleros, castrochavistas y expropiadores.

Por su parte este diario también ha caído en la ceguera de entronizar el voto en blanco en una clara defensa de las formas institucionales, pero a la vez demostrando desconocimiento de la coyuntura histórica que afrontamos: votar en blanco es sumarle votos al candidato de Álvaro Uribe que aspira a reelegirse por interpuesta persona.

Y ¿quién es Álvaro Uribe? Deberían volver la vista y plantearse una perspectiva menos banal y mezquina. Deberían mirar hacia cientos de pueblos y veredas que a esta hora tiemblan con el regreso de la guerra.

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