Mi exnovio me obligó a perder la virginidad con él a punta de amenazas - #AMíTambién

A Mí También
28 de marzo de 2018 - 02:00 a. m.

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Por Juan Carlos Rincón Escalante y Viviana Bohórquez Monsalve

@lasigualadas

Victoria tenía 13 años, y Rafael, 21, pero parecía de 16. “No le presté atención al tema de la edad”, dice ella, porque tenían mucha química durante su clase de música. Empezaron una relación a escondidas de sus papás y de sus amigos.

“Nos divertíamos mucho en la clase y por fuera. Salíamos a pasear, me llevaba a conocer lugares nuevos y me escapaba de casa con él. Sentía que en los primeros meses de la relación él me respetaba: me escribía canciones, hablábamos por teléfono a veces toda la noche, me decía que podía cumplir mis sueños”, cuenta.

En un viaje que la tuvo dos meses fuera del país, Victoria concluyó que ya no quería estar con él. Al volver se lo dijo. Ahí comenzaron los problemas.

“Terminábamos y volvíamos varias veces, como suele pasar con las relaciones, pero él empezó a volverse violento. Se enojaba explosivamente y me hería mucho, verbal y físicamente. En varias ocasiones me empujó hasta tirarme al piso. Era común que me gritara”.

Cuando Victoria intentó alejarse, Rafael empezó a manipularla. Cuando intentó salir con alguien más, “me decía que era una puta. Me llenó de mensajes diciéndome que yo sólo estaba con gente que me quería coger y que no me valoraban”. La presión fue suficiente para que abandonara la nueva relación.

Después vinieron las amenazas. “Me decía que si no volvía con él iba a contarle a mi papá que nosotros habíamos estado juntos”. Esa parte, en particular, era muy efectiva, porque Victoria “tenía miedo de haberles fallado a mis papás, a lo que ellos querían para mí y pensaban sobre mí. Al ocultar tanto tiempo esa situación a los 13 años, y que dos años después yo viniera a decir: ando en este tema, para mí era un motivo de vergüenza que tampoco podía enfrentar”.

Además, no era sólo la pena, pues la comunicación con sus padres era muy cortada y mediada por los prejuicios: “Ellos nunca me acompañaron... me echaron al agua en ese tema y no sabía qué hacer. Sentía que no podía confiar en ellos”.

En este caso se mezclan la manipulación física y psicológica para formar la combinación perfecta, pues logra que las mujeres pierdan su capacidad de decidir e incluso de denunciar los abusos. Esa imposibilidad de hablar con sus padres termina favoreciendo al agresor.

Por eso hay que mostrarles a los padres que prohibir relaciones en la adolescencia no es una solución real, pues las lleva a la clandestinidad. Prohibir cierra cualquier posibilidad de diálogo. Empuja a las mujeres a seguir diciendo mentiras, pues en la adolescencia no se trata de decir qué debe hacer y qué no hacer, sino de ayudar a dar a entender lo que está sucediendo.

Rafael sabía que tenía una ventaja, y la usó a su favor. Pero no era la única presión que ejercía. “Me amenazaba con que iba a aparecerse en mi casa, en el colegio. Cambié el número del teléfono en un momento de tanto que me llamaba y él consiguió mi número nuevo y me volvió a llamar”. También se le aparecía en sitios públicos y la perseguía. El mensaje era claro: no había manera de escapar de él.

Eso quebró a Victoria. “Vivía con mucha tristeza”, cuenta. “Una tristeza desgarradora. Cuando teníamos estas situaciones de encontrarnos y que ya no quería verlo, tenía mucho pánico, mucha ansiedad; pensaba que todo el mundo me estaba mirando. No entendía por qué estaba haciendo lo que estaba haciendo”.

Por ese miedo constante, ella decidió aislarse. “Tenía amigos, pero los desplacé a todos desde que empecé a estar con él. Cuando enfrenté este problema nunca salía con ellos, no me relacionaba mucho. Tampoco les confiaba esto que me pasaba”. Se sentía profundamente sola.

Además, se sentía culpable.

“Rafael logró convencerme, no sé cómo, de que lo que a él le pasaba era mi culpa. Cuando terminamos adopté una posición muy hostil en su contra porque no quería saber nada de él, pero siento que eso le disparó esta rabia que tenía contra mí. Después me di cuenta de que eso no justificaba para nada esta persecución constante, echarme la culpa de todo su malestar”.

La última amenaza de Rafael terminó de desesperar a Victoria: “No te vas a ir nunca del país”, le dijo, sabiendo que su sueño era salir a estudiar su pregrado, “hasta que te hayas acostado conmigo”. Ella era virgen y no quería tener relaciones con él.

“Sentía que podía forzarme a no irme haciéndome daño de alguna forma”, explica Victoria. “Sentía que podía hacerme daño físico y daño a mi familia, especialmente a mi papá. Estaba convencida de que podía hacer cualquier cosa y me daba muchísimo miedo. Lo vi muchas veces romper cosas en la casa de su mamá: vajillas, ventanas, muebles”.

Después de mucho hablar, Rafael le hizo una propuesta. Si ella accedía a perder la virginidad con él, la dejaría tranquila para siempre. “Él me convenció de acostarme con él diciéndome que era la única manera que su lado destructivo se fuera. Cuando te empiezan a decir eso, entrados los años, crees que hay unas cosas que tienes que suplir para que se vayan y que son de una fuerza superior. Que lo tienes que hacer”.

Existen muchas ideas falsas sobre la virginidad, que hacen que sea una experiencia traumática para muchas mujeres. La virginidad no se pierde. La virginidad es una experiencia sobre el deseo y el placer, lo que se pierde es la posibilidad de control. De decir no quiero, no me gusta, no me excita, me duele o no quiero más. Finalmente, muchas mujeres tenemos relaciones sexuales (por primera vez) para terminar satisfaciendo física y emocionalmente al otro.

Se citaron una tarde. Sabían a lo que iban. “Ambos llegamos con una resistencia muy fuerte a la situación. Él no quería estar ahí y yo no quería estar ahí. Yo no me movía: me penetró, me dolió un montón y el tipo hacía una especie de conteo regresivo para terminar. No nos dijimos nada”.

Después, cuando Victoria llegó a su casa, se acostó en su cama y “no sentía absolutamente nada”. “Pensé que iba a salir de ahí llorando, llevaba muchos meses llorando todo el tiempo. Y ese día no lloré absolutamente nada. Desde entonces dejé de llorar como durante dos años. Me acosté a dormir deseando realmente que me fuera a morir en ese mismo momento”. Por lo menos, dice, pensaba que él iba a cumplir su palabra y la iba a dejar sola.

“Cuando despierto”, cuenta Victoria, “tengo un mensaje de texto de él y supe que no iba a desaparecer nunca. En ese momento casi me muero”.

Las semanas siguientes Rafael siguió persiguiéndola, argumentando que “el acto no había funcionado". “Me sentía absolutamente despojada de todo, todo, no sabía qué carajo hacer para decirle a este tipo que no podía seguir”.

Entonces concluyó que lo trataría bien. Le pidió que hicieran las paces, que fueran amigos. Él accedió y, luego, pasó algo extraño: Rafael desapareció. Victoria no volvió a saber de él y a los pocos meses pudo irse del país a estudiar su pregrado.

Sólo hasta el año pasado, nueve años después de haber empezado su relación con Rafael, empezó a comprender que había sido sometida a un abuso constante.

Algunas mujeres sólo se dan cuenta de que han sido abusadas cuando el miedo se ha ido. Cuando tienen más fuerza para recordar cada detalle, sin sentir culpa. A las mujeres nos han educado en la culpa y en la vergüenza. Culpa por tener novios indeseados, que nos gritan y nos golpean. Vergüenza por tener sexo o simplemente por no hacer lo que otros esperan de ti. Pero nadie nos han enseñado cómo salir de ahí. Entonces, la única solución es tragárselo todo en silencio y alimentar la culpa.

El silencio se alimenta también del miedo, pero, al final, es el cómplice de la violencia. Por eso nunca es tarde para hablar, para tratar de reconciliarnos con nuestra sexualidad, con nuestro cuerpo, con nuestros deseos, sin culpas. De paso, animamos a otras mujeres a que paren las relaciones abusivas y busquen ayuda cuando no sean capaces de hacerlo solas.

*Victoria es un seudónimo y, por petición de ella, los nombres de los involucrados fueron omitidos.

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La ilustración fue realizada por La Ché, síguela en Instagram.

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