Mi voz es mi historia, ese compendio de lugares por los que pasé, de amores y de desamores que viví, de amistades olvidadas, de canciones mil veces cantadas, de películas repetidas, de frases dichas y vueltas a decir, de sermones, consejos, advertencias, besos, desaires, insultos, caricias, de caídas y levantadas, de victorias y derrotas. Mi voz es la palabra que acabo de decir, y la que terminé de escribir, y este texto y el que vendrá mañana, y cada palabra es el resultado de otras tantas palabras que dije y escribí antes, ni mejores ni peores, simplemente otras, en otros lugares y con otros años. Con menos experiencias, con más atrevimiento tal vez y sin algunas de las convicciones de hoy. Otras, sólo eso
Mi voz es la suma de una infinita serie de vivencias que me llevaron a ser quien soy. De nuevo, ni mejor ni peor que nadie. Simplemente, quien soy. Por eso defiendo mi voz y la voz de todas las voces, porque cada voz es la manifestación de cada quien. Somos lo que decimos, o por lo menos, eso es lo que quedará de nosotros, y escribir, en síntesis, no es otra cosa que decir. Mi voz es mi decir, y lucho día tras día porque en mi decir no haya más cabida para reglas y mandamientos, manuales e instrucciones, que los que yo decida. Si digo y escribo lo que otros quieren que diga y escriba, a la manera en que ellos dicen que hay que decir y escribir, no sería más que un títere o un robot.
Mi voz es el último aliento de un montón de luchas, discusiones y venganzas, que son mis luchas, mis discusiones y mis venganzas, no las del vecino ni las del crítico que según viejos tomos del deber ser dice cómo se lucha, cómo se discute o cómo se enfrenta una venganza.
Mi voz soy yo, y yo vivo en primera persona y por eso hablo en primera persona. No es asunto de vanidades, es asunto de honestidad e incluso de deseo: todos deberíamos hablar en primera persona. Mi voz soy yo y viceversa, y por eso, por respeto a mi voz, trato de ser consecuente en palabra, obra y omisión.
Mi voz es sagrada, aunque a veces se me olvide y caiga en la moda de hablar de otros y por otros, pero siempre hay voces más sagradas que me dicen, me gritan, que una voz propia es ya, en sí misma y por sí misma, un ejemplo y una
revolución.