Michelle

Aura Lucía Mera
07 de enero de 2020 - 05:00 a. m.

Lo tuve en mi mesa apilado, en ese montón de libros que me esperan cada día y que a veces tienen que tener mucha paciencia porque están haciendo fila y no figuran entre mis prioridades. He repetido algunas veces que soy libroadicta, incluso en esos años, afortunadamente cada vez más lejanos, en que también era adicta activa de otras sustancias. Curioso, pero aún en los momentos más oscuros y desorientados jamás dejé de leer. La última copa de la noche siempre estaba junto a un libro. La biblioteca de mi casita en Bogotá fue testigo de esas noches y noches de vodka y libros. Lo curioso es que los recuerdo todos... como también recuerdo el terror a los internados de rehabilitación que prohibían llevar libros con excepción del de Alcohólicos Anónimos. Después de renegar como una posesa, ese fue el que más amé, releo y practico. Es mi faro y mi brújula, la que me impide regresar al infierno sin salida.

Me estoy desviando. Cuando empiezo a teclear, los dedos y las ideas adquieren un ritmo propio y se alejan galopando de mi planteamiento inicial. Toman vida y caminan solas... es divertido. A veces me siento a escribir disciplinadamente sobre un tema específico y sale un artículo totalmente diferente. Así les debe suceder a los escritores de verdad.

Retomo. La biografía de Michelle Obama, cuyo apellido paterno es Robinson, estaba en lista de espera hace varios meses. Regalo de una nieta lectora. Cada vez que me acercaba a tomarlo, bolígrafo en mano —no sé leer sin subrayar y doblar las páginas—, se me atravesaba la ultima novedad y Ordesa, Fractura, Mujeres que matan, Guayacanal, Terra Alta y La mujer pájaro se adelantaban, mientras Michelle seguía en la base, pacientemente, con esa enorme sonrisa y esos ojos penetrantes desde su carátula.

No sentía curiosidad por leer la historia de una primera dama, aunque hubiera sido la primera de color en dormir en las blancas sábanas de la Casa Blanca. No sé por qué me incrusté en el coco que qué pereza, que a lo mejor se trataba de una autobiografía amañada tipo cenicienta, dulzona y ficticia.

Al fin llegó el turno. Sorpresivamente, hace unos días, después de toros, me topé con ella sonriéndome burlonamente, como diciéndome: “Atrévete que te voy a sorprender”. Estoy segura de que los libros hablan y aparecen en el momento justo. Ellos tienen su propio mundo. Recuerdo hace muchos años, en momentos difíciles de mi primer matrimonio, aterrada de dar un paso trascendental y sin reversa, que se me apareció Simone de Beauvoir con La mujer rota y me empujó hacia una nueva vida. En fin...

Mi historia, de Michelle Robinson-Obama, es alucinante. De una honestidad dolorosa y sin máscaras. De una profundidad y valor sin límites. Una lección de vida, de amor, de dudas, de entereza, de sentido del humor y sensibilidad social que rasgan el alma y desnudan la realidad tremenda del mundo desigual e injusto en que vivimos.

Descendiente de esclavos, plantea cómo tantos miles de afroamericanos inteligentes y capaces fueron discriminados, sin oportunidades de asistir a universidades y acorralados por falta de oportunidades simplemente por el color de su piel.

También nos comparte esos años de infancia felices al lado de sus padres y hermano, en una casita dividida con su tía entre las más pobres de los pobres del Southend de Chicago. Sus primeras experiencias universitarias cuando era la única mujer de color en un salón lleno de gomelos blancos. Su pasión por aprender y encontrar su propia voz.

Jamás sucumbió ante las mieles fariseas del poder, sabiendo conservar su independencia y su individualidad. Siempre supo que su marido, el presidente, era “muy blanco para los negros y muy negro para los blancos”. Siempre con los pies en la tierra... una inteligencia brillante y un corazón lleno de amor y generosidad.

Llevo tres días trasnochándome entre sus páginas. No puedo dejarlo. Sus enseñanzas y reflexiones me enseñan muchas cosas y me plantean otras. Qué ser humano tan excepcional. Lo digo de verdad, con admiración y respeto. Qué líder, qué ejemplo de mujer. Les sugiero a los lectores que la tienen en lista de espera que se metan de cabeza en su historia.

Posdata. Eso sí: jamás me leería la biografía de Melania o de las Bush, o de las otras que han dormido entre esas blancas plumas de esa casa tan blanca y corrupta. Me despido. Todavía me quedan algunas páginas. Las devoraré con avidez.

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