No nos gustan los hechos. Tal vez son demasiado duros para lidiar con ellos. Preferimos ese limbo entre la decidofobia, o miedo a tomar decisiones, y la procrastinación, o tendencia a aplazarlas, so pretexto de debatirlas.
En eso se nos va la vida, en proponer y en la discutidera, cuyo fin último es la dilación, el aplazamiento perpetuo. Hay en todo ello, aparte de conveniencia y malas intenciones, un placer morboso.
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