Sombrero de mago

Miedos con corte de franela

Reinaldo Spitaletta
12 de junio de 2018 - 02:00 a. m.

La historia del miedo en Colombia es de larga duración. Y tiene, además de una intencionalidad política, una manera de que los más débiles teman a la libertad y a la lucha por tener una vida digna. Para no remontarnos a tiempos inmemoriales, podríamos quedarnos un rato en los días de alias el Monstruo, un sujeto en cuyo gobierno dictatorial se impusieron las censuras, los ardides para el robo de tierras a los campesinos, las nuevas violencias y el despojo a granel de las parcelas de miles de personas.

Por aquellos 50, cuando la godarria, ante la violencia ejercida contra los restos del Partido Liberal de Echandía, a cuyo hermano lo asesinaron en una manifestación en Bogotá, se quedó sola en la plaza del poder, florecieron los chulavitas, los “pájaros” y otros escopeteros, que “paviaban” a sus víctimas en rastrojos y espesuras, como una manera de sembrar el terror en el campo. Tácticas de la usurpación de tierras. Se impuso el ejercicio de dividir a la población más desamparada en torno a desteñidos trapos bipartidistas que eran solo un distintivo del dominio rapaz de la oligarquía liberal-conservadora.

En medio de los “cortes de franela”, de los crímenes en las campiñas, se iba instaurando un reino de terror. Había que desdibujar a los que luchaban por la tierra y señalarlos como seres diabólicos. Como enviados del infierno. Eran parte de una chusma, de una bandolerización, del influjo de la Guerra Fría, que tergiversó al comunismo como la peor peste de la humanidad. Y ante el analfabetismo de amplias capas populares, era fácil la implantación de diversos miedos.

El Frente Nacional, cuya elaboración política correspondió al Monstruo junto al liberal Lleras Camargo, excluyó todo lo que fuera distinto a liberal-conservador. Se aprovechó, incluso, del ejercicio macartista gringo, en boga por aquellos años. La cacería de brujas por estas geografías estaba más en la persecución y eliminación de líderes de las guerrillas liberales, que en la reivindicación de un proceso de paz. Los 60, con bombardeos a las “repúblicas independientes” (término diseñado por el hijo del Monstruo), trajeron la explosión de guerrillas diversas, algunas creadas por sacerdotes.

Y el miedo entonces era a los clasificados como nuevos demonios, comunistas, socialistas, si aquí era solo para que los dueños del poder pudieran estar a sus anchas, con sus banderías políticas amañadas. Y así, en un momento, también se instaló el miedo al “socialismo de la yuca”, al vulgar populismo de un exdictadorcito al que le robaron en 1970 las elecciones. De la fraudulencia comicial, como vindicta surgió el M-19, cuyos golpes iniciales correspondían a tretas más de boy scouts que de guerrilleros con ganas y capacidad de tomarse el poder político.

Y así, hoy, con candidatos presidenciales o líderes sociales que promuevan algún discurso y programa político de reivindicaciones democráticas y populares, se acude desde las órbitas del poder a señalarlos como “peligrosos” para la estabilidad del país. Una estabilidad que, como es fama, se fundamenta en las inequidades y en multiplicidad de injusticias. En los 70 y 80, alguna de esas ideas renovadoras, contra las cuales el sistema también disparó su artillería del miedo, era la que proclamaba una revolución de “nueva democracia”, con reivindicaciones más propias del capitalismo que del socialismo, puesto que, según las mismas, en Colombia se habían aplazado las transformaciones de la propiedad de la tierra y otras en asuntos de industrialización y modernización del campo.

El miedo, que es otra trampa del sistema político colombiano, se ampara en distintas deformaciones de la historia, en la carencia de educación política de las mayorías, en la propaganda malintencionada y oscura de los medios de información al servicio del poder… Es como otra suerte de tara para que la gente no reflexione, ni sea capaz de debatir y sacar conclusiones por sí misma, que otros sean los que deban “pensar” por ella. Y por eso, como agregado a una cultura del miedo a las transformaciones y reivindicaciones democráticas, se han creado desde el establecimiento los “diosecitos”, los “mesías”, los que solo están para defender y prolongar el statu quo.

El poder oligárquico, tan anclado en un país de tremendos abismos sociales, y causante de los peores males que acucian a la población, no tiene empacho en unificarse en una tropa de corruptos cuando ven la posibilidad de que su dominio ancestral tambalee ante otros discursos. Y apelan, claro, a la difusión de miedos, basados en mentiras, descontextualizaciones, manipulaciones que incluyen desde encuestas amañadas hasta titulares tendenciosos de prensa.

Uno de los miedos más sofisticados es el miedo a la libertad. El miedo a pensar por sí mismo. El miedo a la rebelión contra la servidumbre y a la construcción de un país distinto, donde la riqueza sea para todos y no de una élite. Hace años el miedo campea en Colombia. Hay que derrotarlo.

 

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