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La minga indígena, por su organización y la autoridad moral ejercida por sus organizadores durante los más de ocho días que duró el viaje a Bogotá y el regreso a sus lugares de origen, fue todo un espectáculo digno de admirar y poner en práctica para futuras movilizaciones.
Manifestaron su inconformismo en forma pacífica pero también folclórica, puesto que se lucieron con sus atuendos de gala, tocando los instrumentos que siempre los han caracterizado a través de los tiempos.
Se observó que entre las comunidades en que está dividida la población indígena existen algunas diferencias en cuanto a sus dialectos, forma de vestir y de alimentarse; sin embargo, tienen un criterio común y es el de la conservación y preservación del medio ambiente y el cuidado de los recursos naturales que los rodean.
Las diferentes etnias indígenas dispersas por todo el país tienen también su propia identidad en cuanto a la asociación nacional indígena, con unos protocolos y reglamentos que deben cumplir.
Es indudable que las marchas y las protestas, siempre y cuando sean pacíficas y estén justificadas, son un derecho fundamental que no se puede vulnerar bajo ningún punto de vista.
Sin embargo, deberían realizarse con el previo permiso de las autoridades competentes, que señalan los protocolos que deben seguirse durante el desarrollo de las mismas.
Pero cuando se exacerban los ánimos, permitiendo la infiltración de delincuentes de toda laya, pierden su razón de ser y merecen con justificada razón el rechazo ciudadano, con implicaciones penales por los daños causados.
La minga indígena realizada recientemente envió a los citadinos y al mundo en general un mensaje de pulcritud y de grandeza; nos demostraron que los derechos se pueden reclamar en forma pacífica, sin alterar el orden público.
Fue todo un acontecimiento verlos desfilar con sus comparsas y chirimías, sin ningún asomo de violencia y siempre listos a no permitir que los vándalos se infiltraran en sus recorridos.
Comparada la minga indígena con las protestas del mes de septiembre —que dejaron varias personas muertas y desaparecidas, CAI destruidos, saqueos a varios establecimientos comerciales y todo un inventario de violencia que no tiene ninguna justificación—, nos pone a pensar muy seriamente que debemos aprender de los indígenas su mensaje de pacifismo, cordura y cátedra ambientalista.
Preocupa que en estos tiempos de pandemia, cuando el COVID-19 nos tiene acorralados, sean las centrales obreras las que se atrevan a promover marchas y desórdenes, reclamando por acuerdos que si bien se han incumplido en parte, esto se debe a la recesión económica que está viviendo nuestro país en todos los órdenes.
Considero que las centrales obreras deberían hacer un alto en el camino de las protestas y esperar con prudencia a que todo se normalice, para que así puedan reclamar el cumplimiento de sus derechos con justificada razón.
Esperamos que para las próximas marchas y protestas se apliquen el buen comportamiento y la mesura de la minga indígena, que con sus recorridos nos dio un mensaje de organización y disciplina. Indirectamente, nos quieren decir que los citadinos y quienes nos consideramos gente civilizada en realidad no lo somos y debemos aprender de ellos, pues además de su buen comportamiento en las marchas son verdaderos líderes en la conservación y preservación del medio ambiente y los recursos naturales.
Esperamos pues que el ejemplo de la minga indígena se ponga en práctica, pues así nos duela reconocerlo, los papeles se invirtieron.