Rabo de ají

Ministerio del superior

Pascual Gaviria
14 de noviembre de 2018 - 05:00 a. m.

Vamos a cumplir nueve años hablando de política y lealtad. Intentando conjugar dos antónimos, examinando gestos menores, traduciendo declaraciones, anticipando desplantes. No se trata de tramas partidistas o desencuentros ideológicos, ni siquiera de enfrentamientos entre colosos electorales. Nuestra atención se centra en el comportamiento de un elector menor y su acudiente, entre alguien que carga una deuda sobre su noble silla y todos los días duda si debe pagarla con obediencia o talante propio, si debe atender a la sombra que lo asusta o ahuyentarla con alguna chispa.

Son los problemas de elegir por interpuesta persona, de buscar un simple intérprete. El testaferrato suele terminar mal para el dueño, el suplantador y la propiedad. En el 2010 la escaramuza comenzó muy pronto. Un viaje a Venezuela sin autorización, el abrazo con un indeseable que también lucía banda presidencial, el encargo ministerial a dos sospechosos. Desde el ministerio del superior comenzaban a salir advertencias y reproches. Seis meses después del encargo la molestia era pública y el señalado intentaba tapar las pestes con cordialidad: “No nos inventen peleas”. Por un lado las venias y el respeto y por el otro las conversaciones con los enemigos a muerte de quien pretendía dictar el guion desde el palacio de oriente antioqueño. Antes de la mitad del encargo presidencial la gresca era definitiva. Lo que siguió fue recrear en la prensa todas las fábulas de traición y atizar algo de odio para que el drama fuera completo.

Ahora de nuevo jugamos con la ficha de un tahúr. Esta vez se ha cuidado un poco y ha designado a un alfil menor con deudas mayores. Durante el proceso de elección el pequeño encargado se puso la ropa de su jefe para completar la caricatura. Hablaba incluso con el acento de su guía, más para congraciarse que para confundir. Estaba en el ensayo general para el papel que venía. En su primera visita a la realeza entregó las saludes de su soberano. En casa y ya con la banda terciada imita las funciones de fin de semana del patrón. No tiene tono de capataz, pero luce el sombrero de ocasión.

Las apuestas han comenzado. Algunos dicen que ya ha tomado distancia y solo es cuestión de tiempo para la gresca de turno. Algunos sueltan esa posibilidad como elogio para el encargado y otros, como escarnio. Dicen que no ha resultado lo que parecía, que baja la cabeza y muestra señas de condescendencia con los enemigos, que habla muy bajo y que es muy blando de cuerpo y alma. Otros dicen que todo es un juego de independencia, una puesta en escena para que el presidente luzca como tal. Están seguros de que el principal suelta los tercios duros y el segundo pule la página para mostrarse dueño de la situación. Y que el nominador le corrige la plana falsa para que se intuya que todavía hay acatamiento al que toca. Los más briosos del bando dicen que ese muchacho se está saliendo del carril. Los más cerreros le recomiendan seguir el paso del caballo más fino. Los más lambones le dicen que ese equilibrio está muy bien. El encargado mira a todos lados, pone una ficha en casi todas las casillas, oye un día a un ministro ajeno y el otro, a uno propio.

El dueño del escudo mira con impaciencia, califica día a día, le hace el prólogo en las audiciones ante alcaldes y gobernadores. Suelta una pequeña reprimenda y luego le soba la cabeza. No hay duda de que sabe templar la rienda. Mientras tanto, seguimos con las apuestas en el pequeño drama palaciego.

 

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