Miscelánea

El pangolín, un simpático mamífero con escamas que bien podría ser el primo asiático de nuestro armadillo, ha sido señalado por algunos investigadores como el posible animal intermediario entre murciélagos y humanos que ayudó a que se propagara el COVID-19.

Una persona infectada puede llevar a 400 casos adicionales en un mes. Cuatro meses bastaron para que el virus saltara de Wuhan al mundo. Los equívocos y las salidas en falso se acumulan ante la crisis. Cada país hace lo que puede para conseguir lo que necesita.

En Brasil, ampliamente afectado por la llegada del coronavirus, el presidente Jair Bolsonaro insiste en hacer politiquería con que se trata de una invención de los medios. Por si acaso, toques de queda han sido implementados por orden de grupos criminales organizados.

El modelito darwiniano de ingeniería social que pretendían implantar los ingleses no ha sido descartado de frente en los Países Bajos. Se debate si es suficiente guardar distancias y esperar. Y aunque hay interés en incrementar los testeos, ahora se sabe que la farmacéutica suiza Roche es la guardiana de uno de los materiales requeridos para el buen funcionamiento de los equipos. No dan abasto, pero tampoco sueltan la receta.

España le compró una camada de test rápidos a una empresa China que aparentemente no contaba con las autorizaciones debidas y tuvo que devolver los kits de detección, dado su regular desempeño.

En Estados Unidos, no fue sino que Trump mintiera con que cualquiera podía acceder a un test para que las salas de emergencias se llenaran de personas sin emergencias. Sus propios funcionarios corrigieron, pero ya era tarde para médicos y enfermeras, obligados todos a hacer uso de guantes y máscaras que escasean y son esenciales para atender a los que sí requieren ayuda.

Mientras surge una verdadera cooperación global ante la pandemia y el virus se asienta en los países con menos recursos, Trump ejerce su liderazgo con una orden de captura para Nicolás Maduro por narcoterrorismo.