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Misoginia pastoral

Juan David Ochoa
01 de agosto de 2020 - 05:00 a. m.

El congresista John Milton Rodríguez, pastor y líder que unifica y representa los intereses oscurantistas del partido con nombre confuso, “Colombia Justa Libres”, ha aparecido nuevamente en la escena política para proponer un incentivo económico a las mujeres violadas para condicionarles el parto y cohibirlas del aborto. No solo es un disparate propio de pastores que salieron de sus templos enajenados por la gracia de todos los aplausos y la idolatría de sus rebaños: es un insulto más contra las víctimas que ahora tienen que soportar presiones económicas sobre sus cuerpos y políticas cada vez más naturalizadas contra sus vidas y su dignidad.

Pudieron perfectamente proponer incentivos económicos en campañas nacionales contra el abuso, o en programas de acompañamiento profesional a quienes solo quieren desaparecer, pero eligen una propuesta de revictimización: les parece inconcebible una interrupción en cualquiera de sus acepciones, y no la indignidad y el terror que representa la obligación de una mujer a cargo de su propia humillación, y soportar además la jauría de todos los prejuicios que la vigilan. Es una aberración generalizada que ahora puedan seguir discriminando y acosando en público, desde un atril del Congreso, y con la venia de partidos que se han unido para respaldarse, aunque todas las injusticias se cometan en nombre del contubernio. Es asqueroso y denigrante que la peste politiquera ahora quiera elevar sus ataques sobre la peste alterna que lo destruye todo a sus pies y a sus sombras, sin inmutación y sin intenciones de evitarlo. Aprovechan el caos y la polvareda de la destrucción para seguir sacando réditos de sus cuotas más avezadas: la cacería a las herejes la postergaron, tal vez, porque los tiempos iniciales en el Congreso no les permitía tanta libertad y tantos vuelos entre los pactos que apenas estaban gestándose con los partidos afines. Para eso debían ajustarse los nombramientos precisos y los acuerdos demorados. Los partidos debían acomodar los tiempos de sus proyectos urgentes, el pago de favores y cuotas atrasadas, el cumplimiento de los juramentos inaplazables, la ubicación precisa de los apellidos por las gestiones del lobby y el cumplimiento de un tiempo preciso para poder perseguir: tienen ahora el escenario perfecto para acusarlas a todas de aprovechar un tiempo anárquico para parir sin sus permisos. Los vigilantes metafísicos, líderes esquizoides y autoproclamados de un mundo que se pierde en los precipicios de otra realidad ajena a la suya, deben saber dónde están y con quién procrean, dónde lo hacen, cómo viven, dónde se esconden, como gozan y sienten placer sin su aprobación y lejos de sus cuerpos que sanan. Ellos, los pastores de un rebaño que ahora consideran nacional, deben saberlo todo para aprobarlo con el libro plenipotenciario y sacrosanto sobre todas las constituciones del mundo, aunque existan cientos de miles de libros sagrados que compiten por la misma oficialidad, y aunque cientos de miles de vidas caigan acribilladas por la brutalidad de sus viejos designios. Subieron al poder por las alianzas desesperadas de una ultraderecha que debe repartir las últimas cuotas de la tradición. Pensarán, tal vez, que la persecución debe acelerarse ahora y antes del fin, para recobrar el paraíso que perdieron cuando el diezmo y las limosnas dejaron de alcanzar para los excesos y los pecados silenciosos de la exculpación que los devolverá a la gracia de sus ejemplos.

 

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