A mano alzada

Modelo o búnker

Fernando Barbosa
18 de noviembre de 2018 - 05:00 a. m.

Los modelos económicos proveen una base teórica para diseñar políticas. La dificultad reside en que no hay modelos universales ni absolutos y, por lo mismo, tanto los énfasis como los vacíos quedan en la esfera de la política, que es el terreno en donde se pueden construir alternativas.

La Segunda Guerra Mundial destruyó a Japón. Los bombardeos destruyeron la infraestructura y muchas de las fábricas. Algunas de las que se salvaron fueron desmontadas y enviadas al exterior como parte de las reparaciones que se le impusieron a los japoneses. El único capital con el que podía contarse era el humano que se convirtió en el fundamento del modelo propuesto por los tecnócratas americanos. Reconstruir la economía a partir de industrias intensivas en mano de obra era, entonces, la alternativa. El primer ministro Yoshida y su equipo entendieron que si no tomaban el camino de las industrias intensivas en capital, no habría futuro. El problema estaba en cómo conseguir recursos. Sin entrar en detalles, los desarrollos confirmaron que el asunto no dependía de la economía, sino de la determinación política.

Lo mismo sucedió en la China de Deng Xiaoping. La revolución cultural hizo estragos y la tentación era concentrarse en el uso de la mano de obra y en la agricultura. Pero al igual que sus vecinos, decidieron enfrentar el reto atacando tres frentes: la economía primaria, la industria y el conocimiento. Y así han llegado a la posición que los ha convertido en la segunda economía del mundo.

The Economist acaba de publicar un artículo sobre la nueva revolución capitalista en el que advierte: “La vida se ha vuelto demasiado cómoda para algunas firmas de la vieja economía mientras, en la nueva economía, las firmas tecnológicas construyen rápidamente poder de mercado. En verdad se requiere una revolución, una que potencie la competencia y fuerce hacia abajo las anormalmente altas ganancias y asegure que la innovación haga próspero el futuro.”

El tema, por supuesto, no es nuevo. El mundo capitalista cada vez está más descontento y mortificado con el hecho de que el sistema beneficie al capital a costa de los trabajadores. Según la fuente citada, una encuesta de 2016 arrojó que más de la mitad de los jóvenes en Estados Unidos ya no respaldan el capitalismo. Y esa falta de fe no es otra cosa que la pérdida de confianza en el sistema que está abonando el terreno para cualquier tipo de desenlace inesperado. Y no deberíamos engañarnos: cuando estallan las crisis el que pierde no es precisamente el que no tiene.

El debate alcabalero que nos ocupa en estos días está reduciendo las discusiones a asuntos demasiado puntuales. Y los actores parecen olvidar que existe una gran diferencia entre defender un modelo o defender un país.

 

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