Momento de acuerdos

Santiago Montenegro
15 de abril de 2019 - 05:00 a. m.

El palo no está para cucharas. Necesitamos acuerdos para enfrentar los desafíos que nos llegan de fuera y para resolver problemas internos jamás resueltos.

Cuando las economías de occidente apenas recobran los niveles de ingreso previos a la Gran Recesión, la digitalización de la sociedad hace estremecer los mercados laborales, las cadenas de valor y hasta el comercio al detal, con los robots, la inteligencia artificial y el internet de las cosas. En la esfera de la geopolítica, el orden que se estableció al final de la Segunda Guerra Mundial que, mal que bien, organizó al mundo en dos mitades alrededor de la llamada Guerra Fría, llegó a su fin, sin que haya sido reemplazado por un orden nuevo, causando traumas y desavenencias entre antiguos aliados de occidente. Los partidos socialdemócratas y demócratas cristianos, que gobernaron en occidente durante medio siglo, al prometer y crear el Estado del bienestar, fueron presas de su éxito y están ahora en decadencia, sin que hayan sido capaces de plantear nuevas agendas con alternativas de futuro.

Esos vacíos están siendo copados por partidos y movimientos populistas, con agendas negativas que, conscientemente o no, acuden al esquema amigo-enemigo del jurista nazi Karl Schmidt, amenazando la democracia liberal, el gobierno representativo y la economía de mercado.

Más cerca de nosotros, los regímenes de Cuba, Venezuela, Bolivia y Nicaragua, gobernados por camarillas que pretenden eternizarse y aliados con Rusia, China, Turquía e Irán, se inspiran en los seguidores regionales de Karl Schmidt, como Ernesto Laclau y Norberto Ceresole, para mantener e instaurar regímenes que mezclan el centralismo democrático de Lenin y el retorno a un supuesto socialismo comunitario. Ritual y cúltico, es un socialismo que acaba con la democracia representativa y la reemplaza con voceros que dicen encarnar la voluntad real del pueblo y que requieren expresarse continuamente contra sus supuestos enemigos internos y externos con base en movilizaciones callejeras, mítines de plaza pública y tribunales populares.

Estos fenómenos externos se sienten con fuerza en un país con un Estado que no ha sido capaz de alcanzar el monopolio de la fuerza legítima sobre todo el territorio; con un recaudo de impuestos que apenas llega a un 13 % del PIB; con una economía primordialmente informal, en donde un 63 % de los trabajadores ocupados son informales y en donde el área sembrada de coca retornó a las cifras del año 2000, para solo mencionar algunos de los más apremiantes problemas.

¿Qué nos ha defendido hasta ahora? Una larga tradición de gobiernos civilistas, que han sido elegidos por medios electorales y que han hecho un uso limitado del poder. Nos ha defendido el que hayamos logrado mantener la unidad nacional para evitar que este país se fraccione en varias unidades, en una de las geografías habitadas más quebradas del planeta y con un territorio todavía cubierto de selvas y bosques en un 50 %. Nos ha defendido también nuestro apego a la libertad y al horror que nos produce la excesiva concentración del poder. Y nos defiende una tradición de alcanzar acuerdos entre sus partidos y movimientos políticos legítimos en momentos de crisis y desavenencias.

Este es uno de esos momentos. Los cambios que ya sentimos del mundo y los grandes problemas que no hemos resuelto nos obligan a deponer diferencias para lograr unos acuerdos básicos para fortalecer nuestras instituciones republicanas y la democracia representativa.

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