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Momento Kodak

Nicolás Rodríguez
26 de septiembre de 2015 - 02:00 a. m.

En la foto de la década todos están disfrazados de blanco.

Raúl Castro y Timochenko han dejado atrás su pijama militar. Juan Manuel Santos no porta un paño inglés. Todos en la onda del blanco, pero fue Raúl Castro el encargado de ponerle color a la imagen. Con una sonrisa afable de venerable abuelo bonachón, tiene cara de noche de mojitos.

A Timochenko se le ve contento. No está serio. Los uribistas dirán que sonríe con malicia y picardía. Y que se burla. Le tienen más miedo al Timochenko vestido de civil que al Timochenko camuflado. Apuestan por una paz de capitulaciones, con más entierros que gesticos bucólicos. Ya no creen en las palomas, lo suyo son los sapos. Como sea, el negociador de la guerrilla encargado del histórico estrechón de manos con el establecimiento parece entusiasmado. No menos de tres cuba libres le habrán brindado al cierre de la ceremonia.

El presidente Santos, si lo celebró, tuvo que ser con algo más fuerte que un daiquiri. A juzgar por su inexpresiva cara, ya estábamos tarde para la fiesta. El momento ha hecho que resurja la metáfora del jugador de póquer: con Santos, se ha escrito, la vida presidencial es un montaje y nada escapa al libreto. Si toca sonreír con cara de bravo, o poner cara de bravo sonriendo, todo es la misma rutina. Un juego de mímica.

Al margen de las más cínicas interpretaciones estamos los agradecidos, los ilusos y los crédulos. Después de todo hay una foto. Sin silla vacía, y sin sillas de ningún otro tipo. Sobre la fotografía ya lo había escrito Mark Twain en su soliloquio del rey Leopoldo acerca de las mutilaciones, los excesos y demás atrocidades cometidas en el Congo: “¡Y de pronto llegó la catástrofe! O sea, la incorruptible máquina Kodak ¡mandando la armonía al infierno! Es el único testigo que he encontrado en mi larga experiencia al que no puedo sobornar”.

 

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