Movilizar el idioma

Santiago Gamboa
17 de febrero de 2018 - 04:00 a. m.

Hay un momento extraordinario al final de la película Las horas más oscuras, después de que Churchill lee su famoso discurso sobre la defensa de Inglaterra, en el que un parlamentario le dice a otro: “Winston acaba de movilizar a la lengua inglesa”. Lo que quiere decir, en el contexto del film, es que a pesar de que todo parecía perdido en la lucha contra Hitler, un específico conjunto de palabras elegido por Churchill logró convencer, emocionalmente, a una mayoría parlamentaria que podría haberse inclinado a favor de un pacto secreto con Alemania.

La relación con nuestra política local proviene de esa idea: la del lenguaje como elemento movilizador. En nuestra tradición, la elocuencia ha sido uno de los más grandes valores. Se aprecia tanto que por lo general se recuerda y exalta a quien fuera un “gran orador”, incluso sin hacer mención de las ideas que promulgaba. Sólo por la forma en que lo hacía. La forma se sobreponía al fondo, o lo suplantaba: era el fondo. Se valoraba tanto la elocuencia que hasta hace poco, en el Congreso, estaba prohibido leer al tomar la palabra en un debate, siempre con la idea de que ser persuasivo y dominador con el idioma daba a las ideas defendidas una superioridad moral y era prueba de la honestidad del tribuno.

Hoy se sigue valorando la elocuencia, pero sobre todo se escucha con atención. Es lo que veo con los dos candidatos punteros, Gustavo Petro y Sergio Fajardo. Ambos han movilizado la lengua para transmitir sus ideas y lo están logrando por algo que tampoco es muy frecuente, y es que una gran mayoría no sólo los escucha, sino que les cree. Creerle a un político parece más del dominio de la ciencia ficción, pero es lo que está pasando. Los estudiantes, por ejemplo, que solían ser apáticos ante la política, se han puesto a oír a estos candidatos y apoyan al que más los convence. Esa credibilidad proviene de la forma inteligente y clara en que tanto Petro como Fajardo presentan sus ideas. Del modo en que “movilizan el idioma” a su favor, ya que en el fondo un discurso político electoral es una creación de lenguaje que no tiene realidad inmediata ante la cual verificarse. Es un “poder ser”.

Soy consciente de que faltan los votos de la maquinaria electoral, pero por ahora me alegra que los dos punteros, en las encuestas, sean ambos políticos progresistas, defensores de la paz, el laicismo y la libertad, que promulgan la igualdad entre los ciudadanos a través de la educación y la paridad de oportunidades, y un plan integral para transformar el modo de hacer política en Colombia, lejos del modelo perverso de la compra de votos y las prebendas a cambio de favores. Si esto llega a confirmarse en las urnas, será un cambio histórico, pues no olvidemos que este es un país en el que, como escribió Antonio Caballero, “hasta los atracadores son de derecha”. Sería una gran victoria de la razón. Pero tampoco hay que olvidar o menospreciar, por ser nuestra historia tan cruel, la sombra del magnicidio preelectoral: esa defensa ciega, desesperada y violenta de una sociedad inmóvil en la que los pobres sirven a los ricos y todos juntos a Dios, y en donde las tierras son para el ganado y no para los campesinos. Por eso toco madera, esperanzado y expectante.

 

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