Mujer que sabe latín…

Beatriz Vanegas Athías
28 de noviembre de 2017 - 02:30 a. m.

Ni tiene marido, ni tiene buen fin. La primera parte de esta sentencia-refrán es el título de uno de los libros de ensayos precursores del feminismo en Latinoamérica. Fue escrito, cómo no, por la poeta Rosario Castellanos. Por estos días lo releo tratando de buscar en él respuestas a las desaforadas y casi agresivas respuestas que recibimos las escritoras que osamos preguntar al Ministerio de Cultura, a la Biblioteca Nacional y a los escritores por qué a un evento que se realizaría en Francia sólo escritores habían sido seleccionados, como si Colombia no tuviera escritoras. Es de conocimiento público la manera cómo muchos influyentes periodistas asumieron el reclamo; es de conocimiento público cómo los mismos escritores guardaron un silencio que se rompía por detrás del telón para llamarnos “viejas histéricas”. ¿Histéricas? Histérico Uribe y ahí lo tienen listo para montar como presidente al que él diga.

Pero no nos desviemos, o mejor, sí. Porque esa es la costumbre nacional. El debate abierto por las escritoras se desvió: que si es asunto de calidad; que si es un tema de cuotas burocráticas; que aquí está listado de publicadas y ganadoras de premios de los últimos años, entonces: ¿de qué se quejan?; que el manifiesto suscrito tiene incoherencias; ¡ah, que eso no es nada, ningunear por radio a tres prestigiosas escritoras!; que jamás de los jamases pediremos disculpas porque no hemos cometido nada que vaya en contra de la inclusión, caramba.

Me sorprende el fervor para defender desde la crítica emocional o el silencio cómplice la posición del Ministerio de Cultura de escritores que se dicen intelectuales. Pero la gran damnificada —además de Yolanda Reyes, irrespetada por Julio Sánchez— ha sido la periodista Catalina Ruiz-Navarro. Un argumento desacertado para respaldar los pedidos de las escritoras a partir de un ejemplo sobre una también desacertada lectura de García Márquez hizo que, ahí sí, los intelectuales, hasta el momento callados, explotaran y le enrostraran hasta un plagio del que no ha sido acusada legalmente. Qué vehemencia en la defensa del genio de García Márquez; qué ausencia de sindéresis —la que le reclaman a la columnista— y qué alta proporción de oportunismo.

Pudo haber sido otra columnista —no conozco, ni soy amiga de Catalina Ruiz-Navarro—, presiento, sin embargo, que habría acontecido igual y qué lamentable es que nuestros queridos escritores, esos a quienes seguimos y admiramos, asumieron la posición de Pigmalión que, al decir de Rosario Castellanos, es el hombre que no aspira a través de la belleza a convertir una estatua en un ser vivo, sino un ser vivo en una estatua. ¿Para qué?, se pregunta Rosario Castellanos y seguidamente responde: “(…) para inmovilizarla, para convertirle en irrealizable todo proyecto de acción, para evitar riesgos”.

 

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