Mujeres que se peinan solas

Mauricio Rubio
24 de mayo de 2018 - 03:00 a. m.

Las solteras colombianas están divididas en tres segmentos bien peculiares.

A mitad del siglo pasado Liang Jieyun, una mujer de Cantón, al sureste de la China, renunció a la posibilidad de casarse. Su madre le deshizo la trenza que la identificaba como doncella y la reemplazó por el moño de las casadas. Como si fuera una boda, invitaron parientes y amistades al evento. Con apenas 22 años, Liang había decidido volverse zishunü, “mujer que se peina sola”.

En aquella región, la tradición de quedarse soltera se remonta al auge de la seda en el siglo XIX. Las mujeres podían trabajar en esa industria sin depender de nadie. Eso sí, debían prometer abstinencia sexual, estrictamente vigilada por sus vecinos. La opción del matrimonio no era atractiva. Las mujeres más pobres debían integrarse a la familia del marido y obedecerle, convirtiéndose en verdaderas esclavas. A veces las entregaban a hombres viejos y enfermos para que su sangre juvenil les transmitiera nuevo vigor.

En Colombia no hay un ritual para que las mujeres anuncien su soltería. Carolina Sanín hizo la distinción entre las solteronas que esperan casarse y las solterotas que escogen su estado civil, como ella. Cecilia Rodríguez se declaró públicamente “soltera pero NO a la orden”, o sea solterota, y anotó con modestia que quienes toman esa decisión “tienen vidas más ricas y significativas que sus contrapartes casadas”. Antes del renovado fervor por el matrimonio igualitario, la posición feminista era de franco rechazo a esa institución que, como anotaba una misteriosa ejecutiva destacada en los medios, “se va convirtiendo en una jaula. Por eso odio todos sus rituales, sus grillos y sus cadenas”.

A diferencia de las zishunü, en nuestro país no todas las solteras se mantienen vírgenes: entre las mayores de 22 años, edad de Liang al dejar la trenza, la fracción es apenas 11%. Casi la mitad (45%) son solterotas y un porcentaje similar renunciaron a casarse pero no a tener hijos. La controvertida figura de la madre soltera la utilizan para el proselitismo tanto la izquierda como la derecha. Ricardo Silva proclamó en El País español que somos “una sociedad en la que el 84% de las madres son madres solteras”. Semejante descache resultó de tragarse un punto: el porcentaje real, según la ENDS 2015, es 8,4%. Le faltó la coletilla de que esos embarazos fueron indeseados y que casi todas las arrepentidas hubiesen abortado si la caverna lo permitiera.

El perfil de las colombianas célibes y castas es bien distinto al de quienes se peinan solas para salir con amigos o tinieblos, y también del de aquellas mujeres sin parejo que le ayudan a una hija con el pelo. La soltería femenina cambia con el tiempo entre estos tres grupos. Las primeras representan un porcentaje relativamente estable, alrededor del 10%, mostrando que permanecer virgen es una decisión que se mantiene. En sus veintes, las solterotas (62%) duplican a las madres solteras (27%) pero entre las cuarentonas la relación se invierte: muchas mujeres cambian de opinión para tener hijos tardíos. Una amiga cuenta el caso de Odilia, “campesina cundinamarquesa, de cachete rojo, alta y acuerpada, con temperamento fuerte. Un día —casi a los cuarenta— dijo que quería tener un hijo, pero sin casarse. Ni siquiera tenía novio. Salió a buscar opciones. Quedó embarazada y el hijo fue la felicidad de su vida. Trabajó duro para mantenerlo: era una responsabilidad de ella nada más. El papá fue un simple donante, decía con orgullo”. Conocí de cerca un caso similar: una excelente empleada, bonita, inteligente y honesta, inmigrante boyacense, que en sus treinta y tantos buscó cuidadosamente en su barrio un tipo bien plantado, lúcido y trabajador para tener un hijo con él, sin las demás arandelas. Sería interesante entender de qué dependen estas decisiones reproductivas cruciales, por ejemplo si se asocian con algunas características de la personalidad, como empieza a sugerir la psicología.

Sorprendentemente, la incidencia del madresolterismo en Colombia es muy similar en todos los estratos, cerca del 5%. Ricardo Silva, quien exageró las madres solteras para dramatizar nuestro atraso social y político, no creería que esa opción es mucho más común entre mujeres con educación superior (6,8%) que entre quienes no tienen estudios (3,6%). Ya parece predominar la decisión reproductiva sobre el infortunio.

Las solterotas se vinculan más al mercado laboral, seguidas de cerca por las madres solteras, que están unos diez puntos por encima de quienes renunciaron al sexo. Otro dato curioso es que las solterotas son bastante menos machistas que las vírgenes y las madres cabeza de familia. Estas dos categorías, tan distantes como la derecha religiosa y la rebeldía laica, comparten el lastre de algunos estereotipos de género.

* Facultad de Economía – Externado de Colombia.

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