Musiquita de terror

Ignacio Zuleta Ll.
17 de diciembre de 2019 - 05:00 a. m.

¿Qué pensaría una mente sana si sobre un concierto al aire libre de los Niños Cantores de Viena se posara largo tiempo en el aire un helicóptero vigilante y estruendoso? Pues algo parecido nos sucede en Cali: el Halcón, un Bell 407 de la policía, sobrevuela bajito en las mañanas y las tardes vomitando villancicos mutilados desde un altoparlante atronador.

No es solamente, entonces, el ruido de la “patrulla aérea”, de por sí pasado de decibeles aceptables; de aguinaldo nos enciman la tonada macabra de un Burrito sabanero desmembrado y de una Noche de paz inalcanzada que se transforman —con el efecto de distorsión acústica de la que parecen adolecer también en el Gobierno— en una música de terror oficial que es todo un símbolo de lo que pasa en estas navidades colombianas.

Exagerando para iluminar hilos delgados y trasfondos, copio lo que nos cuenta Primo Levy, porque también en Auschwitz había música: “El redoble de los tambores grandes y los platillos nos llega continua y monótonamente, pero en esta trama las frases musicales sólo tejen un patrón intermitente de acuerdo a los caprichos del viento. Todos nos miramos desde nuestras camas porque todos sentimos que esta música es infernal”. No parecen saludables estos gérmenes.

Una mente normal no sería capaz de concebir torturas parecidas. Y sin embargo, guardadas proporciones, el principio es el mismo: acallar, anestesiar o distraer con baratijas un descontento ciudadano reflejado, por ejemplo, en el índice Gini de desigualdad escandalosa, que ha llevado, entre otros factores, a las movilizaciones más largas de la historia reciente del país. Hay de la misma manera algo de estúpido paternalismo “generoso” que nos impone regalos desde el cielo y un abuso al creer que la autoridad puede disponer como le plazca del derecho al silencio y al descanso ciudadano. Y abusos hemos visto en estos tiempos con los oscuros darths vader del Esmad, a los que no dudarían en ajustarles un parlante con la banda sonora de Los juegos del hambre.

No puede pues defenderse ingenuamente la iniciativa “musical” de la policía montada en su película, en la que el guion pasó de ser el de una institución civilista y de servicio a un brazo armado de vigilancia y represión. Hay que estar avisados, porque los métodos de control son ingeniosos y perversos, como la “inocua” idea de llenar el silencio de las noches con mensajes ambiguos de helicóptero estruendoso y villancicos cercenados. ¿Noche de paz? Cumplamos y desarrollemos los acuerdos.

 

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