Nacionalismo emergente

Alvaro Forero Tascón
22 de abril de 2019 - 05:00 a. m.

La tendencia que está marcando la política mundial es el nacionalismo. De derecha y mayoritariamente de corte populista. Tiene tres componentes y uno de ellos ya se manifestó en Colombia. ¿Llegarán los otros dos? Yo creo que sí.

Los triunfos de Donald Trump, el brexit y gobiernos en Italia, Hungría y Turquía fueron posibles por la combinación de nacionalismo y populismo. El nacionalismo del siglo XXI se manifiesta en tres aspectos. En el rechazo al multilateralismo y la integración, porque se supone que debilitan el poder de los Estados y su soberanía, como en el caso del “America First” de Trump o de la molestia con las limitaciones a la autonomía en el brexit. . En el rechazo al libre comercio, al que culpan de la pérdida de empleos y poder adquisitivo de las clases medias y bajas. Y en el rechazo a la inmigración, por razones económicas, pero agravado por motivos de raza o religión.

Es una reacción contra el neoliberalismo y la globalización que marcaron el período de 40 años que comenzó con el thatcherismo en Inglaterra. Un rechazo al hecho de que estos dos fenómenos enriquecieron a los países pobres, pero empobrecieron a las clases medias y bajas de los países ricos, en donde los beneficios económicos se quedaron en las élites económicas y políticas, generando una desigualdad enorme. En Estados Unidos el poder adquisitivo de los sectores populares y medios es el mismo de hace 30 años, mientras que el del 1 % más rico ha crecido cientos de veces.

Es una reacción conservadora populista contra la doctrina conservadora ortodoxa, que busca evitar responsabilidades por los resultados sociales negativos de sus políticas, utilizando el malestar social contra los partidos de centro y de centroizquierda, que en realidad, como en el caso de Clinton, Blair y Obama, lo que hicieron fue reducir los déficits fiscales monstruosos heredados de las fuertes reducciones de impuestos y las guerras de gobiernos conservadores.

En Colombia ya hay manifestaciones de uno de los componentes, rastros de otro y el tercero crece silenciosamente, por ahora. Una política exterior tan fuerte contra Nicolás Maduro no solo es una fuente de apoyo popular clave para el Gobierno, sino que a la vez induce sentimientos nacionalistas. Realmente es el regreso de la política contra Hugo Chávez de finales de la década anterior, pero puede tener consecuencias mucho más profundas. El segundo componente, el económico, se manifiesta con la decisión del Gobierno de congelar la firma de acuerdos de libre comercio, basado en la evidencia de que tratados como el de Estados Unidos es mucho más beneficioso para ese país que para Colombia. Eventuales caídas del precio del petróleo en el futuro acentuarían esa tendencia.

El tercer componente, a pesar de que parece el más rezagado, es el que mayor capacidad tiene de afectar la política y, por ende, de que el nacionalismo tenga las profundas consecuencias en Colombia que está teniendo en el mundo. Las encuestas muestran que cerca de la mitad de los colombianos rechaza el ingreso de venezolanos. Ese es un caldo de cultivo gigantesco para ser utilizado populistamente en el ámbito político. En otros países ha demostrado que puede convertirse en el asunto que define las elecciones y en el vehículo mediante el cual el populismo autoritario busca deshacer las instituciones para permanecer en el poder. La razón para que no esté siendo utilizado políticamente todavía es el apoyo mayoritario a la política anti-Maduro, que lleva implícita la bienvenida a los venezolanos expulsados por este. Pero los mayores impactos económicos de la inmigración y la evidencia de que el muro contra Maduro no retiene a los inmigrantes puede cambiar esa circunstancia en cualquier momento. Y las afugias políticas de los populistas pueden empujarlos a tomar el atajo antiinmigración.

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