Nada es gratis

Arturo Charria
26 de septiembre de 2019 - 05:00 a. m.

Una de las palabras peor usadas en español es “gratis”, pues genera la ilusión de que las cosas emergen de la nada y carecen de valor: solo basta decir la mágica palabra para que estas cosas se multipliquen.

Hace una semana las calles del mundo se llenaron por las movilizaciones contra el cambio climático y la contaminación. Sin embargo, en la capital del país la noticia fue el caos por las miles de personas que hicieron filas de cinco horas para reclamar un peluche "gratis".

La situación habla mucho del país: tanto de las prioridades de los ciudadanos, como del desempleo que a la fecha ya alcanza los dos dígitos. Todo terminó en un caos y, mientras en otras partes del mundo el debate era sobre el medio ambiente, en Colombia las imágenes eran las de personas desmayadas por la larga espera de un peluche.

Los publicistas, al igual que los políticos, saben el efecto que esta palabra tiene sobre el inconsciente y el comportamiento de las personas. Basta con que aparezca escrita sobre un fondo de color estridente o que se diga en plazas públicas sin pudor, para que se hagan filas interminables o las personas voten sin importar las consecuencias.

Hace unos años, cuando surgieron los periódicos ADN y Publimetro, una compañera de trabajo me dijo emocionada que ahora la gente leía más y que incluso hacía filas para adquirir la prensa. Le contesté que no sabía si eso garantizaba un incremento en los índices de lectura, pero lo que sí era cierto era que la gente estaba dispuesta a hacer fila por un periódico si este se ofrecía “gratis”.

Sin embargo, la fascinación que produce la palabra “gratis” oculta realidades de marketing y subsidio del costo real que tienen las cosas. Por ejemplo, Miniso, la empresa que regaló los peluches en el parque de la 93, no disminuyó sus ganancias por los peluches que entregó: tan solo reemplazó por peluches toda la publicidad que hubiera necesitado hacer para visibilizar sus tiendas en el Día del Amor y la Amistad.

Al igual que la empresa que regala peluches, por estos días los políticos están regalando de todo. Lanzan irrisorias promesas acompañadas de la palabra “gratis”, como si se tratara de un adjetivo que da color a sus frases. Incluso en ocasiones parece que se tratara más de un juego en el que simulan una subasta en donde el ganador se lleva todos los votos. Entonces cada quien compite por quien da la cifra más alta: 20.000 cupos, 30.000… ¡¡¡250.000!!! “Vendido al caballero de la izquierda”.

Por supuesto, nunca se usa la palabra “subsidiado”, pues parece de mal gusto, como esas personas que preguntan el precio de un regalo. Pero en política las decisiones tienen costos que van más allá de las buenas intenciones y toda inversión pública implica decidir entre múltiples necesidades.

Por eso muchos políticos al gobernar prefieren replicar la entrega de peluches y no asumir el costo de las obras prometidas. Claro está, siempre y cuando estos sean gratis. Bien lo afirma la columnista Catalina Arenas: “Por estos días todos son feministas, poetas, deportistas, cristianos y hasta decentes, pero no todo lo que brilla es gratis”.

 

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