Naranja agria

Jaime Arocha
10 de abril de 2017 - 10:00 p. m.

Poeta urbano o pornógrafo misógino, Maluma hace parte del auge de las industrias “naranja” o culturales. Al éxito de ellas contribuye “Yo me llamo”, entre otros programas de televisión que les muestran a niños y niñas que la de cantante es una profesión deseable. Otro aliciente son las políticas del Ministerio de Cultura consistentes en convertir a la cultura —o su lado estético— en fuente de desarrollo económico. Tomaron fuerza durante la Seguridad Democrática, a medida que crecía el desplazamiento forzado de comunidades negras. Las ha secundado el sector privado, el cual descubrió en el exotismo de la música y la corporalidad negras fuentes de emprendimiento cultural.

De esa naranjización nacional depende el proyecto que el Consejo Comunitario Mayor del río Pepé, Departamento del Chocó, le presentó al Programa Nacional de Concertación Cultural del Ministerio de Cultura. Busca constituir en Puerto Meluk la escuela de formación gastronómica Nelsa Castro Moreno y así recuperar recetas en riesgo: natilla de plátano, envuelto chispeado, birimbí, arroz de maíz, masitas, chicheme, y diversas arepas.

Me emocionó la propuesta. Fui bautizado como baudoseño en las aguas del río Sivira, que vierte sus aguas en el Pepé, afluente del Baudó. Boca de Pepé fue la última comunidad baudoseña donde hice trabajo etnográfico, infortunadamente interrumpido a finales de 1995 por la irrupción del Eln. Debido al lapso transcurrido, para comprender mejor el sentido de la iniciativa pepeseña, consulté el ensayo fotográfico que Semana publicó en 2014 sobre la manera como el Baudó se había convertido en cárcel para sus pobladores ancestrales. Los artilleros atrincherados detrás de sacos de arena son representación brutal de la degradación a la que hemos llegado como nación. Se propagaron en un valle que entre 1960 y 1990 registraba un índice de homicidio de uno por 100.000 habitantes. Informaciones más recientes hablan de la crisis humanitaria que han ocasionado elenos y autodefensas gaitanistas en su guerra por controlar siembras de coca y rutas de cocaína a lo largo de la cuenca del Baudó.

En ese contexto es admirable que Yamileth Banguero y Floriselda Sánchez, entre otras maestras de la Institución Educativa Nuestra Señora del Carmen, se hayan ilusionado con crear una academia gastronómica. Sin embargo, para ser sostenible, esa escuela requiere maíz, arroz y plátano, cuando —por voluntad o fuerza— hoy los agricultores de esa cuenca privilegian la hoja de coca, en tanto que los grupos armados les prohíben a las mujeres hacer sus zoteas para sembrar aliños y plantas medicinales. Por si fuera poco, los programas triple A de la televisión no enfocan al cultivo de las tierras selváticas como profesión digna y rentable. Entonces, para recuperar las recetas amenazadas, enseñárselas a niños y niñas para que las conviertan en alternativa gastronómica nacional o internacional, sería necesario un esfuerzo mancomunado entre los ministerios de Cultura, Tecnologías de la Información y las Comunicaciones, Educación, Agricultura, Instituto de Investigaciones Científicas del Pacífico y las entidades privadas encaminadas a perfeccionar los sistemas ancestrales de cultivo y crianza de animales, y de esa manera expandir las producción de alimentos sin acabar con la naturaleza. Hoy Cajamarca y Mocoa alientan el reto de que el Estado priorice el entrelazamiento de las personas con riberas y bosques tropicales húmedos.

*Miembro fundador, Grupo de estudios afrocolombianos, Universidad Nacional.

 

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