Naranja enceguecedora

Jaime Arocha
16 de julio de 2018 - 07:25 p. m.

Sin que se distinguiera como naranja, esa economía que el presidente electo considera fuente ilimitada de progreso ya se había usado como cortina de humo que velaba la violencia contra líderes y pueblos étnicos**. Hace 15 años la administración Uribe Vélez afianzó la conversión de patrimonios simbólicos, religiosos, estéticos y musicales en las que Aurelio Suárez clasifica como “commodities”, transables en el mercado global de las creaciones de la mente humana. Él mismo resalta que, además del despojo y vulgarización de intangibles de alto valor sociopolítico, la economía naranja depende de mercados que especulan con los derechos intelectuales o “copyrights”. En 2004, entre otros sucesos, José Jorge de Carvalho documentó cómo las grabaciones de los cantos sagrados de las congadas llegaron a una World Music ansiosa de exotismos***. La multinacional que hizo el respectivo copyright no sólo contribuyó a profanar esas melodías sacras afrobrasileñas, sino a obstaculizar la liturgia por la amenaza de cobrarle derechos de autor a sus oficiantes vernáculos.

En junio de 2006, el sector privado lanzó la marca Colombia es Pasión a partir de ciclistas embalados, sombreros vueltiaos, cumbia, mapalé y vallenato; pieles negras y cobrizas, ojalá estas con pintas en mejillas y frentes; frijoles, arepas y ajiacos que henchían el alma patria, con la ilusión de que los gringos dejaran de ver a la nación como cuna de narcos y guerrilleros. Al mismo tiempo, en los hoteles de cinco estrellas, los jóvenes Uribe Moreno vendían artesanías zenúes, y Hernán Zajar les abría sus pasarelas a las indígenas Nukak Makú y a unas “negras divinas” sobre cuyas pieles resaltaría el oro de una joyería creada a partir de nuestras raíces africanas, eso sí rediseñada para que no desentonara con la estética internacional. Hasta la comida del afropacífico aglutinaba a los gourmets reunidos en el Festival Gastronómico de Popayán, de donde pasaría a los restaurantes de elite.

Entrevistas en radio y TV y exposiciones de modas eran las señales del boom de la estética étnica. Los grandes titulares que lo aclamaban nublaban un hito aplaudido por la comunidad internacional, la Sentencia T-025 que la Corte Constitucional publicó en 2004. Le exigía al gobierno de Uribe que asumiera la responsabilidad de reparar a quienes por entonces ya sumaban 4,5 millones de desplazados por la violencia, en su mayoría gente indígena y negra de los litorales Pacífico y Caribe. La sentencia contradecía a un gobierno que había definido a los desterrados como migrantes voluntarios, y al conflicto armado como conspiración terrorista aislada.

La economía naranja ya se instrumentalizó para que los colombianos alejaran sus miradas de masacres, destierros y subsecuentes apropiaciones ilegales de territorios ancestrales de pueblos étnicos. Eximidas de comparecer ante la JEP, las empresas agroindustriales que han florecido en esas tierras permanecerán impunes. Entre tanto, es posible que chirimías, marimbas y encocaos de mariscos refuercen el nacionalismo que exacerba la marca que reemplazó a Colombia es pasión.

* Miembro fundador, Grupo de Estudios Afrocolombianos, Universidad Nacional.

** Buitrago, Felipe y Duque, Iván. 2013. La economía naranja, una oportunidad infinita. Washington. Banco Interamericano de Desarrollo y Puntoaparte book versiting, versión en PDF bajada de Internet.

*** 2004. Los afroandinos en el siglo XXI. En: Los afroandinos de los siglos XVI a XX. Lima: UNESCO.

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