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Narrativa del disenso

Vanessa Rosales A.
07 de agosto de 2020 - 05:00 a. m.

En 1956, el filósofo social Erich Fromm escribió El arte de amar. Los coletazos del dolor bélico seguían rondando los imaginarios del momento. Su búsqueda era por la naturaleza humana. Sus desgloses fueron también reflexiones sobre la consciencia de existir, el vértigo de nuestra propia mortalidad, la separación ineludible de otros en que la que vivimos. Todo lo que implica ser. Así, la suya era una pregunta por la soledad existencial. Fromm escribe sobre el respeto en esas páginas. ¿Qué es respetar?

En 2013, el filósofo Byung-Chul Han escribe, en su ensayo En el enjambre, que el respeto presupone una mirada distanciada. Explica que una sociedad sin respeto, sin una actitud de distancia considerada, asume la forma de una sociedad del escándalo. “El distanciamiento es constitutivo para el espacio público”, prosigue. El entendimiento requiere una mirada distanciada. Y subraya: las distancias suelen deshacerse en las comunicaciones digitales. Las distancias espaciales van de la mano con las distancias mentales. Por último, dice también: “La comunicación anónima, que es fomentada por el medio digital, destruye masivamente el respeto”.

El enjambre digital de nuestro tiempo - confinado y pandémico - parece ser, (aún cuando por momentos sea una convicción ilusoria), la comunicación digital que canaliza un medio como Twitter. Un segmento del debate público y del espíritu político de la época parece estar allí situado. La pantalla desprovista de tiempo y de espacio. La interacción con seudónimos y letras, invisibles e impalpables. En Twitter, qué es respetar. En una esfera donde predomina, además, el anonimato, la dilución de las distancias, el escándalo. Respetar al contrincante, lo que nos contrasta, lo que no concebimos, lo que nos opone, ¿es posible? La volatilidad suele fecundar movimiento en Twitter. Agitaciones eficaces. Una corriente de irascibilidad aguarda en cada trino. Como dice también Chul Han, los torbellinos avizorados, que aquí se transforman en numerales y tendencias populares, suelen ser poco capaces de cuestionar estructuras dominantes del poder. En cambio, se ensañan y precipitan sobre personas particulares, el objeto de turno de algún bullicio.

Internet está lleno de hombres que odian el feminismo. Abundan mujeres que siguen esta línea también, claro. Le odian sin conocerlo. Sus juicios son la medida de un compromiso con la ignorancia. O el apego feroz a un arquetipo simplista. Se apegan a unas imágenes precisas – esas donde aparecen con frecuencia mujeres exhibiendo gestos ariscos, las expresiones más confrontacionales, los pechos descubiertos, las estéticas como cuando en los setentas londinense, el punk era afrenta para la mirada burguesa, performances drásticos, hogueras, subversiones chocantes. Imágenes que, efectivamente, dan cuenta de unos segmentos radicalizados. Cuando la vórtice tuitera está ensañada en divulgar la deslegitimación de lo que ha decidido es el supuesto feminismo, suele recurrirse a estas imágenes para propagar un imaginario parcial. Con esas imágenes, con las expresiones más radicales y más desafiantes, pretenden definir la supuesta esencia de lo que es y lo que no es el feminismo.

Lo que estos sujetos parecen ignorar es que desde hace más de un siglo, desde el comienzo mismo de los movimientos de liberación femenina, las caricaturas que han surgido han sido similares y redundantes. También los recursos para deslegitimar. Casi siempre se pretende un cuadro de mujeres tan iracundas e irreflexivas que resulten codificadas como delirantes y risibles. Todas actitudes que, históricamente, han propiciado mucha ansiedad social. Sabemos que la deslegitimación se sostiene de manera más fácil si se hace desde un axioma simplista. La ignorancia está llena de certezas. Estas suelen ser caricaturas acomodaticias, que operan desde el temor y la ansiedad, que distorsionan y simplifican. Es realmente insólito el modus operandi tan similar en tiempos tan distantes. Una verdad a medias sirve más efectivamente para demonizar algo. Así, durante más de un siglo.

La turba en Twitter suele sumarse al torbellino desde el sesgo irreflexivo. Les empuja una ira general, abstracta. Entran a participar desde el insulto personal. La técnica es la agresión lacerante. La burla, la sorna de la gavilla hinchada de valentía por su propósito unánime de dañar. Nadie se preocupa por discernir quién es el objeto del ataque coyuntural. Precipitarse sirve como desfogue hacia un imaginario preestablecido. Sirve como reacción ante la idea, por ejemplo, de que el feminismo es una fuerza iracunda y destructiva, sin relieves, gamas o matices. Sirve como una forma de deshumanizar, a quien está del otro lado de la pantalla, a las mujeres, a ciertas experiencias femeninas. Twitter es el terreno idóneo para sostener estos arquetipos que cometen, además, un error fundamental: pretenden usar unas formas de expresión feminista para definir lo que es el feminismo. Tomar la parte por el todo es la táctica primordial.

Pero lo cierto es que una de las incomodidades primordiales del feminismo es su multiplicidad. No es fácil navegar su pluralidad. O su incapacidad para ser monolítico. Si se piensa, la categoría rígida, esquemática, corresponde a un entendimiento patriarcal. El feminismo desafía esa rigidez y esa quietud. Colapsar una de sus vertientes para definir su supuesta totalidad, es un impulso basado en el desconocimiento.

Esta multiplicidad, además, entraña una serie de preguntas alrededor de sus propias formas al momento de disentir. Cuando se trata de abordar el desacuerdo. Las miradas históricas, con su rayo iluminador, suelen proporcionar un entendimiento más integral de lo que miramos. En su historia, los movimientos feministas acarrean una serie de tensiones atemporales.

Cuando un séquito de mujeres se proclamaba en defensa de una creencia de libertad e igualdad, en un mundo cuya estructura de poder había sido codificada para excluirlas de ella, algo sucedía casi siempre: era imposible que abarcaran todas las formas de libertad e igualdad posibles. Esa es una de las contradicciones más pulsantes también: en su amplio panorama, el feminismo busca liberar de toda forma de opresión a mujeres y hombres, a niñas y niños por igual. Esa intención estructural se complejiza ante todas las formas que tiene de aterrizar en la multiplicidad más compleja, la humana. Incluso el término interseccional también logró poner nombre a reclamos que se hacían desde mucho antes de los noventa: cuando las sufragistas se rebelaban contra la imposibilidad política, no necesariamente incluían a las mujeres negras; cuando las mujeres estadounidenses apelaban a la liberación femenina no necesariamente consideraban a las mujeres gays; cuando las mujeres blanca de clase media levantaban voces, no necesariamente pensaban en mujeres negras o latinas. Es una tensión compleja y ubicua. Esa de buscar una liberación de múltiples sujetos pero ser también siempre una radicalidad contextual. Entre las narrativas estructurales y las vivencias personales e ínfimas – así suele mecerse la experiencia de la perspectiva feminista.

Desde 2017, con la reactivación de un oleaje global de liberación femenina, el debate feminista también se da en Twitter. Su florecimiento en un contexto digital hace que se mediatice. ¿Cómo se da ese disentimiento, múltiple, en la esfera digital? Si, por ejemplo, el tema orbita alrededor del trabajo sexual, puede suceder que se tracen dos categorías como posturas antagónicas. Sucede algo similar cuando discrepancias entre ciertos segmentos ante la experiencia trans de la feminidad. Si se defiende la postura en aras de sí misma, se diluyen los argumentos y las ideas que tejen su particularidad. Bret Stephans escribió alguna vez que, como un dominio que contribuye a la amplificación, Twitter con frecuencia borra los matices, endurece el pensamiento y facilita un matoneo agenciado desde actitudes moralistas. Es el lugar donde también se pueden elevar las voces más bulliciosas, más iracundas y más simplificadoras. Los axiomas certeros alebrestan también las hogueras del retweet.

El feminismo también es una ética y una filosofía. Es preciso recordar esto en su disentimiento, y en sus desacuerdos digitalizados o mediáticos, cuando se encienden los roces y contrastes. Oír de verdad a la otra subjetividad que habla. Hablar desde el propio lugar de enunciación y dejar que otros lo hagan. No recurrir a las preguntas retóricas o sardónicas sino a la intención genuina que hay en cuestionar. Evadir las simplificaciones. Humanizar. Matizar. ¿No tendrían que ser también subversiones a una estructura patriarcal que enseñó ciertas tácticas de debate?

Los países que mejor han conducido la pandemia han estado liderados por mujeres. No es el hecho de que sean mujeres lo que vale señalar. Es haber gobernado con actitudes y modos que se han asociado históricamente a lo femenino. Lo femenino suele suscitar callos porque, al ser fabricado por el largo lente patriarcal, se ha articulado también como una falsa consciencia que remite a la subordinación. Esa mirada ha construido lo femenino como secundario, banal, intrascendente, doméstico, emocional, vulnerable, considerado. Pero de la misma manera tendríamos que observar el poder subversivo de esa fabricación. Gobernar o transformar la estructura de poder con atributos feminizados materializa cambios. Se habla de una feminización de los más diversos cánones, el cine y las artes, la política y el poder. Se palpa una época marcada por la reconsideración de múltiples lemas asociados a lo femenino cuando se mira como una construcción de códigos perceptivos y prejuicios automáticos.

¿No podríamos pensar en un disentimiento que, guiado por una ética feminista, use su multiplicidad como una subversión también? Un disentimiento que se oye entre sí, que hace un ejercicio de enunciación radicalmente contextual, que extiende su solidaridad comprensiva a otra subjetividad. El mundo ha sido largamente contado y estructurado por lo que ha sido socialmente fabricado como masculino. La solidaridad política podría pensarse también desde posibilidades donde una filosofía del respeto, unas actitudes subversivamente femeninas.

@vanessarosales_

vanessarosales.a@gmail.com

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