Se cumplen tres semanas desde las elecciones en USA y hay dos hechos ciertos: Biden ganó y Trump aún no lo reconoce.
El triunfo de Biden es amplio. En el Colegio Electoral, que elige al presidente, Biden aventaja a Trump 306 contra 232, curiosamente las mismas cifras con las que Trump derrotó a Hillary en 2016. En el voto popular, Biden se acerca a los 80 millones, la mayor votación en la historia del país (el record anterior lo ostentaba Obama en 2008 con 69.5 millones) y su ventaja frente a Trump está por encima de 6 millones.
Pero pese a la contundencia de los números, Trump no concede. Es significativo que obtuvo cerca de 74 millones de votos, también rompiendo el record de Obama, superando su propia votación de 2016 por más de 11 millones y rebasando todos los pronósticos de las encuestas.
Los escrutinios efectivamente aún no han finalizado. En algunos estados, entre ellos California y Nueva York, siguen contando votos y en muchos otros no ha culminado la certificación de los resultados. En sentido estricto, solo hasta el 14 de diciembre, fecha en que se reúne y vota el Colegio Electoral, se proclamará formalmente a Biden como presidente-electo y el 20 de enero se posesionará como el 46º presidente de USA.
Desde la misma noche de los comicios, Trump proclamó que le estaban robando las elecciones. Ya mucho antes había sembrado dudas acerca del voto por correo como una herramienta del fraude. Al día siguiente de las elecciones, desplegó una ofensiva jurídica en varios estados para controvertir los conteos favorables a Biden. Hasta ahora todas las acciones judiciales instauradas han sido infructuosas y no existe chance alguno que el triunfo de Biden sea revertido.
Nada de eso le importa a Trump. Si bien su cantaleta no tiene ningún asidero en la realidad, es sencilla y perversamente brillante: las élites corruptas, que él señala como “los grandes medios, los grandes capitales, las grandes empresas tecnológicas” (big media, big money, big tech), le quieren arrebatar el triunfo porque él sí defiende al hombre común. Como suele hacer hábilmente, mezcla verdades a medias y mentiras absolutas para elaborar una narrativa falsa pero muy efectiva. Recuerda que la noche de la jornada electoral, él iba ganando en todos los estados claves por márgenes cómodos (lo cual es cierto) y que por la mañana aparecieron votos de la nada (lo cual no lo es) y de pronto perdió. Culpa a las grandes urbes como Filadelfia, Detroit y Milwaukee, con alcaldías demócratas y numerosas poblaciones negras, de haber fabricado votos y puesto a votar hasta los muertos (lo cual es falso) para favorecer de manera fraudulenta la candidatura de Biden. Es tal la fantasía que una de sus abogadas aseguró que el supuesto fraude en Michigan fue gracias a un software que mandó a diseñar Hugo Chávez para robar elecciones.
Lo grave es que buena parte de los millones que votaron por Trump le creen sus fábulas conspirativas y no habrá forma de bajarlos de esa “verdad”. En últimas, la idea es edificar un relato estratégico con el objetivo, en el corto plazo, de mantener a sus bases motivadas e indignadas hasta las cruciales elecciones en Georgia del 5 de enero que determinan el control del senado; en el mediano plazo, hacerle la vida imposible a la administración Biden-Harris y sabotear todas sus iniciativas; y en el largo plazo, perpetuar el trumpismo, posiblemente con miras a una nueva candidatura en 2024 para lo cual Trump está constitucionalmente habilitado.
Mucho más que la pataleta de su ego maniaco de mal perdedor, se están sentando los cimientos para la prolongación de su proyecto autoritario, que se sustenta en deslegitimar la democracia liberal, desconocer el estado de derecho, atacar la libertad de expresión, despreciar la verdad, repudiar la ciencia, promover el fundamentalismo religioso y exacerbar el racismo y la xenofobia, en torno a la figura de un “hombre fuerte”, salvador de la patria frente a los ataques de los enemigos externos e internos
Los efectos son nefastos no solo para USA sino a nivel mundial. Las extremas derechas en otros lares - Bolsonaro en Brasil, Modi en India, Erdogan en Turquía, Duterte en Filipinas, Orban en Hungría, entre otros - tienen muchos rasgos en común y se sintonizan con el libreto antiliberal de Trump, pese a contextos muy distintos y cada uno con sus particularidades nacionales. Y en esa hermandad mundial de derechas extremas, el uribismo colombiano cuenta con una tarjeta de membrecía VIP.
*profesor de la Universidad Nacional de Colombia y Director de Planeta Paz