Negacionismo

Juan David Ochoa
30 de noviembre de 2019 - 05:00 a. m.

Iván Duque intentó negociar en la mesa del Paro Nacional negándolo todo, un vendaval de gasolina sobre el mismo fuego de las protestas que lo tienen cercado por la ausencia absoluta de su racionalidad en el poder y por su negligencia. Sigue sin aceptar que el Paro Nacional tiene exigencias humanitarias y sociales que superan la obviedad y abarcan todos los estratos y los sectores. Niega una perogrullada de décadas, niega el exterminio de los líderes sociales al evitar nombrarlos en su alocución presidencial de retórica insultante y evasivas, niega el asfixiamiento económico de los estratos tradicionales, niega su omisión y burla a la consulta anticorrupción que le exigía posiciones prioritarias y una urgencia política, niega el colapso laboral de sus ministros, niega que existe una sombra furibunda dominando su lenguaje y sus firmas, sus alocuciones y sus sueños. Pero mira ante las cámaras simulando carácter, y dice que no se puede negociar con exigencias impuestas y que todo está dirigido por pirómanos que lo quieren tumbar por capricho y por el odio de los perdedores. Mientras su patio y su cocina se incendian con embajadores que lo dejan en evidencia y se autodestruyen sus diplomáticos en una algarabía de lagartos que llegaron allí por las promesas de viejas coaliciones y pactos heridos, pretende seguir sosteniendo que el poder de su franquicia está en orden, y que todo el que cuestione su legitimidad pertenece a la turba de vándalos y fantasmas que azotaron a Cali y Bogotá en las noches aunque nadie los vio, y si los vieron siguieron al fondo de la sombra entre el rumor y el humo de un pánico inducido que tampoco nadie ha investigado a profundidad y que curiosamente opacó la noticia y la trascendencia de los argumentos de todas las protestas. Resulta extraño que los audios del terror circularan por todos los conjuntos residenciales de las dos ciudades avisando una invasión masiva que ya estaba a las puertas, y que las horas críticas estaban por venir entre las 2 y las 5 am, y que todos venían de sectores marginados para vengar su exclusión. Parece una fábula nostálgica por la ausencia de un prócer salvador entre la anarquía. Parece un libreto que justifica el pensamiento paramilitar contra un nuevo enemigo, y todos lo hicieron entre el miedo afianzando la racionalidad de la defensa de su familia.

El día después del pánico todo el rumor era ajeno a las marchas que exigieron un viraje político y una mínima decencia del poder con las urgencias sociales. La doctrina del shock tenía sus réditos en titulares de prensa superiores y conversaciones en todos los pasillos sobre las armas de sus vecinos y el terror que nunca pudo ver los enemigos de la noche. Pero las marchas continuaron después y a Dilan lo mataron sin que exista tampoco a la vista el resultado de esa investigación que afectará la permanencia del cuerpo que aturde disidentes. La incertidumbre ahora es superior, y la mesa no parece llegar a un consenso próximo. La negación de todo lo que existe es la única palabra a discreción del presidente que no sabe muy bien las razones de su cargo y desconoce la dimensión y la trascendencia del Estado. Esa palabra sigue desapareciendo entre sus gestos de perdición y estúpida soberbia.

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