“Ñeñepolítica” y desazón

Yolanda Ruiz
12 de marzo de 2020 - 05:00 a. m.

Quisiera escribir de la “Ñeñepolítica” y siento una desazón que me sobrepasa porque no tengo mucho que decir. Nada nuevo, nada que aporte, porque se ha dicho tanto, se ha denunciado tanto, las investigaciones periodísticas han destapado tanto que debería darnos vergüenza que esto nos pase una y otra vez como si no tuviéramos historia. En los debates públicos sobre hechos de corrupción o delitos cometidos por políticos hay dos argumentos que muestran en toda su magnitud nuestra tragedia colectiva. Nunca falta quien diga “eso ha sido siempre así”, y alguien más agrega, señalando a un contendor, “fulano también lo hizo”. Es como si la tradición sirviera para justificar cualquier atrocidad o “si todos comen, no hay pecado” porque no me pueden reclamar. Ese cuadro lo completamos con el tradicional “fue a mis espaldas” o el más moderno “me acabo de enterar” o “yo no lo conocía”, que en distintas versiones esgrimen los dirigentes para lavarse las manos y no precisamente por el coronavirus.

Lo peor es que es cierto: siempre ha sido así. Que se compran y venden votos en Colombia es secreto a voces desde que tengo memoria. Lo novedoso es que se haya condenado a alguien, como ocurrió con Aida Merlano, o que aparezcan indicios claros que ayuden a mover investigaciones porque en este negocio, como en todo trámite entre mafias, nadie ve, nadie sabe, nadie habla. Cómo será de usual y normal, que un fiscal escuchó esa grabación del Ñeñe Hernández y no vio un posible delito. Me pregunto cuántas de estas grabaciones estarán enterradas en los archivos de nuestros funcionarios judiciales. La noticia entonces no es que las campañas se financian de manera oscura, se pasan los topes, violan las normas y reciben dineros de dudosa procedencia que no ponen en sus cuentas oficiales, la noticia es la denuncia de la prensa que presiona una investigación.

Como ocurrió con el elefante en la campaña de Ernesto Samper. La novedad en ese momento fue que alguien gritó “¡miren el elefante!”, y se nos vino el Proceso 8.000. Pero ese elefante se ha paseado y se sigue paseando por la sala de la casa de muchas campañas políticas, desde cuando los “dineros calientes” llegaron a Colombia de la mano de una guerra contra las drogas que perdimos todos hace mucho. Y que haya ocurrido y siga ocurriendo no lo hace menos grave, lo hace peor.

La “Yidispolítica” se hizo célebre no porque Yidis Medina fue la única congresista que recibió prebendas para votar leyes, sino porque fue la que se habló y a quien convirtieron en chivo expiatorio. Tampoco Aida Merlano es la cabeza de la mafia de compra de votos en la Costa, ni la señora María Claudia Daza es el cerebro detrás de la “Ñeñepolítica”. El hilo se suele romper por lo más delgado y las grandes investigaciones de los casos sonados de corrupción terminan en archivo o en condenas al eslabón más débil de la cadena, mientras los beneficiarios siguen campantes haciendo de las suyas. La prensa, esa que tanto critican hoy y que persiguen después de cada denuncia, hace su trabajo y destapa escándalos. La justicia debe actuar. ¿Lo hará?

Y no sé si mi desazón es por la corrupción evidente y constante o si es por sabernos parte de una tragicomedia en donde las escenas son conocidas, repetidas. No falta en el escenario la defensa como sacada de algún manual del político corrupto: “es una persecución política”. Mejor ni comentar el comunicado del Ejército justificando el uso de una aeronave oficial por parte del Ñeñe Hernández con el argumento de que era de una “familia tradicional”. ¿Si hubiera sido un campesino con una urgencia por llegar, habría tenido cupo? Ese clasismo oscuro que nos corroe es cuento aparte. Si no fuera tan doloroso sería motivo de risa, pero no puedo reír ni llorar y no tengo nada que decir.

 

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