NO ERA QUE FERNANDO GARAVITO creyera que este era un país distinto de aquel que tuvo que dejar amenazado por paramilitares en marzo de 2002.
Hace un lustro, cansado y considerando la futilidad de su esfuerzo, había decidido callar. Hubo en ese gesto, había en sus palabras traza de rendición entre los vestigios del fuego combativo que una vez fue y luego apenas suficiente para quemar sus velas en el periodismo.
Su sueño penúltimo era regresar y trabajar, volver a una cátedra... lo que fuera. Pero el último de todos era morir en su tierra y de ser posible mirando a Cartagena. Pero no...
Su historia y su absurdo final retratan la indolencia de este país que se acostumbró a perder a sus mejores hijos, como quizá lo hubiesen sido los tres menores cruelmente asesinados en Arauca. O Rodolfo Maya, el corresponsal de radio comunitaria indígena en Cauca, o el líder social wayúu, Juan Carlos Arredondo, o el líder campesino de Apartadó, Fernando Enamorado, o el juez o los 22 activistas que perdieron la vida en los primeros 75 días del nuevo gobierno, según informe que la Coordinación Colombia-Europa-Estados Unidos, conformada por cerca de 200 organizaciones, presentó ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en Washington.
No. Juan Mosca no esperaba otro país, él sabía y de qué manera, lo que iba a encontrar, como lo señala el informe: continuidad, e incluso tendencia a incrementarse, de la crisis humanitaria por narcoparamilitarismo, impunidad, obstáculos para conocer la verdad, falta de garantías en procesos de juzgamiento a responsables, así como falta de protección a magistrados no obstante haberse solicitado medidas cautelares.
O la conclusión a la que llega la Comisión de Seguimiento a la Política Pública sobre Desplazamiento Forzado de que hay 6,65 millones de hectáreas de tierras despojadas y forzadas a dejar en abandono entre 1980 y julio del 2010. O el puesto 145 entre 178 en la clasificación Mundial de libertad de prensa, realizada por Reporteros Sin Fronteras.
Y esos miles de sueños frustrados en este triste país, que les niega los derechos, la tierra y la vida a sus ciudadanos y hasta, como en la canción vernácula, el último deseo de morir bajo su cielo.
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