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Niños atrapados en la guerra

Juan Manuel Ospina
18 de marzo de 2021 - 03:00 a. m.

No es un asunto menor la muerte la semana pasada de una adolescente de 16 años en un bombardeo, en el Guaviare, al campamento de Gentil Duarte, jefe de las disidencias de las antiguas Farc que persisten en el narcotráfico, responsables de la muerte de muchos líderes comunales que han buscado que sus comunidades se liberen de las garras de los narcotraficantes.

Es dramático que mueran menores de edad víctimas de las bombas lanzadas por las Fuerzas Armadas del Estado, pero el juicio y la condena a la decisión estatal se complica cuando el sitio bombardeado no era una escuela o albergue o parque infantil, sino un campamento de un grupo fuera de la ley y al margen de la vida civilizada, habitado por personas dedicadas al narcotráfico y a la minería criminal. A la fecha, estas actividades son las causas principales de la violencia contra civiles, especialmente líderes de comunidades rurales que pagan con sus vidas su lucha para redimirlas de la pesadilla de los narcocultivos que desde hace ya 40 sangrientos años alimentan la hoguera aún no extinguida de violencia y muerte.

Es decir, se trata de menores de edad presentes en un teatro de confrontación armada donde se dan acciones de guerra, como es un bombardeo. ¿Cómo llegan ahí esos menores, generalmente a espaldas de sus familias? Llevados por los grupos armados y las organizaciones criminales para involucrarlos en sus actividades, aprovechándose de que su minoría de edad los hace inimputables de delitos que realizan para la organización que los controla. La historia del narcotráfico está plena de esas situaciones. Los grupos armados, además, y acá viene la parte sustancial del cuento, los reclutan para que sirvan de escudos humanos, convirtiéndolos literalmente en “carne de cañón”, buscando que su presencia o la simple presunción de ella obre como un disuasivo de acciones militares en su contra, como es un bombardeo.

En los campamentos de los grupos armados es común la presencia de menores de edad, reclutados de manera voluntaria o involuntaria, considerados internacionalmente víctimas de retención salvo si como combatientes participan en acciones armadas de hostilidad. Este proceder de grupos armados como el de Gentil Duarte infringe las normas del derecho internacional humanitario (DIH). No basta con saber que hay menores en la zona donde las autoridades localizan al grupo armado, pues sería preciso conocer si estos se encuentran en su campamento, caso en el cual, con todos los riesgos, podría pensarse en un ataque terrestre que no garantiza ni el éxito de la operación militar, como sí lo hace el bombardeo, ni la salvaguarda de la vida de los menores, como sucedió en el fallido rescate de Guillermo Gaviria, gobernador de Antioquia. O bien se podría suspender toda acción por el riesgo para la vida de menores, caso en el cual la organización criminal se salva gracias al escudo humano que estos le proporcionan.

El resultado es que el Estado queda maniatado para actuar y los criminales, a salvo. Un resultado evidente de lo anterior sería el aumento de la retención/reclutamiento de menores, como ya está sucediendo, y la impotencia del poder público para hacerle frente a estas máquinas de muerte y corrupción, en medio del reclamo ciudadano para que las autoridades enfrenten la situación.

Se plantea un delicado dilema ético-político que podría jugar en favor de la impunidad de las actuales organizaciones armadas. Es claro que el Estado debe conservar su capacidad de acción en defensa del interés general que exige derrotar la acción del crimen organizado, independientemente del ropaje con que se recubra, pero, eso sí, ha de hacerlo sujeto al ordenamiento legal. Lograrlo requiere un trabajo cuidadoso de inteligencia que suministre la información necesaria y creíble para dar golpes focalizados pero contundentes, que den en el blanco sin causar “daños colaterales” de víctimas inocentes. Lo que no puede hacer el Estado es paralizar sus acciones, que sería regalarle el triunfo al crimen.

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Mar(60274)19 de marzo de 2021 - 02:29 a. m.
Por el camino que vamos, pronto veremos en las ciudades bombardeos que por que cualquier ministrico, puesto de adorno por un pelele muñeco de un genocida le dio por acabar con la delincuencia en cualquier barrio de una ciudad de Colombia y saldrán a decir tan campantes que esa es el nuevo antojo del genocida matarife Uribe y que de malas.
Mar(60274)19 de marzo de 2021 - 02:26 a. m.
"El Estado maniatado"? al contrario, los niños son los maniatados al no tener a un Estado presente, El Estado en esa zonas no tiene presencia, solo se presenta para ASESINARLOS y nada más. El Estado no está cumpliendo su función, y lo peor no solo no la cumple, sino que condena a muertes a unos niños y menores de edad por no hacer él el trabajo que debería hacer. Corte Penal Internacional urgente!
IVAN(96847)18 de marzo de 2021 - 11:45 p. m.
Juan Manuel, aunque algunos de sus argumentos pueden debatirse y tienen cierto asidero lógico, justificar siquiera una sola acción de este tipo en que muere un menor equivaldría a justificarlas todas en aras del logro de resultados operativos. Peligrosísimo camino al que ud. parece apuntar. Su escrito trasluce cierta complacencia al respecto y eso, admítalo, es totalmente inaceptable. Rectifique
Contumaz Apostata de la Dextrocardia(likt7)18 de marzo de 2021 - 06:48 p. m.
...leo pero no lo creo...este señor descubrió otra ves que el agua moja...y entonces?...bombardear hasta mas no poder...la fuerza es el único recurso de los estupidos. Otro columnista que sale de mis lecturas. El espectador se esta SEMANIZANDO.
Periscopio(2346)18 de marzo de 2021 - 05:17 p. m.
!MILITARES, DESMOVILICENSE!
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