Atalaya

“Niños no” o “Viaje al interior de una gota de sangre”

Juan David Zuloaga D.
14 de noviembre de 2019 - 05:00 a. m.

La gota de sangre que rebosó la copa de la triste cotidianidad colombiana fue el asesinato de ocho niños (las últimas noticias hablan de 18) en una operación militar que pretendía atacar el campamento de alias Cucho, miembro de una de las disidencias de las Farc.

La indignación general sumada a la moción de censura que se discutía en el Congreso (y en la que se presentó la noticia de la muerte de los niños y el hecho de haber ocultado la información a todo el país) sirvieron para que el ministro de Defensa del gobierno de Iván Duque, Guillermo Botero, se viese forzado a renunciar.

Un acto lamentable, como todos los de la guerra. Esos actos terribles los narra Daniel Ferreira en su libro de cuentos titulado Viaje al interior de una gota de sangre. El libro hace parte de una pentalogía sobre la violencia que el autor viene publicando desde el año 2010, cuando apareció La balada de los bandoleros baladíes, obra que le valió el Premio Latinoamericano de Primera Novela Sergio Galindo. Pentalogía que incluye también su Rebelión de los oficios inútiles, con la cual obtuvo el Premio Clarín de Novela.

Ferreira, que nació en San Vicente de Chucurí, y que a juzgar por la dureza y el realismo de sus escritos debió de conocer los horrores de la guerra en primera persona, como casi todos los colombianos (y no sé por qué digo casi), va perfilando en sus páginas la cotidianidad siniestra de los pueblos que han sido tocados por las alas negras y despiadadas de la confrontación bélica y de la muerte.

Claro que todos los actos de guerra son lamentables, pero hay unos que, rozando los límites de lo imposible y casi excediendo lo que narrar puede el lenguaje, nos anegan en el fango del más indecible espanto. Y eso también lo retrató Ferreira en uno de los relatos que componen el libro: “La hora de las sombras largas”. Consumada la masacre, una insurgente reprocha el proceder de su compañero:

“—¿Qué hicieron, hijueputas?

—Testigos —replica el último que monta al carro, por toda respuesta.

La mujer aferra la portezuela, le impide cerrar, lo obliga a mirarla y, de repente, empieza a darle arañazos y patadas mientras grita:

—¡Niños no, malparido! ¡Cabrón! ¡Habíamos dicho que niños no! ¡Matón! ¡Infeliz!”.

De ese horror que vuelve a ser presente en el panorama nacional también deja testimonio la literatura. En este caso lo hace el autor —a mi juicio— con mucho decoro y con mucha dignidad. Tristemente la literatura en Colombia que retrata el pasado sirve también para predecir el futuro.

@D_Zuloaga, atalaya.espectador@gmail.com

 

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