No al referendo subóptimo

Francisco Gutiérrez Sanín
05 de mayo de 2017 - 02:00 a. m.

Esta vez estuvo acertado –¡muy!– el Gobierno al oponerse, a través del ministro del Interior, al referendo que quiere implementar, contra viento y marea, la senadora Viviane Morales. Tiene razón Cristo al aducir que éste no sólo tendría implicaciones muy negativas, sino que abriría una peligrosa puerta de violaciones de derechos. Es, por tanto, “un fraude a los principios democráticos”, como dice Cristo. Así como acierta el ministro, lo hacen otros críticos de la propuesta, entre los que se cuentan aquellos que han destacado su costo exorbitante. ¿Para qué gastar tanta plata? Plata suya y mía, estimado lector. Para excluir a muchos sectores de la población. Pues aunque el referendo en realidad está dirigido, con un espíritu de ínfima malevolencia, contra los homosexuales, para golpearlos se lleva también de calle los derechos de otros sectores muy amplios de la población, incluyendo a las madres que crían solas a sus hijos, que representan una de las formas de vida familiar más comunes en el país.

Morales hace todo esto en nombre de un partido que se llama liberal. Si ese partido no se pronuncia sobre esta iniciativa cavernaria, habrá demostrado que la única libertad que defiende en serio es la de sus barones electorales de hacer lo que les da la gana.

Pero de todas las críticas posibles, hay una que quiero destacar hoy: el referendo es un canto al atraso, una propuesta subóptima, para aludir al término que utilizó, con humorismo inconsciente, Morales. Precisamente por eso en las economías avanzadas el discurso antihomosexual, aunque crepita en los márgenes del sistema político, tiene grandes dificultades para acceder a la corriente principal. El terriblemente conservador gobierno británico de Theresa May, por ejemplo, acaba de aprobar la llamada “Ley Alan Turing” que reivindica a los homosexuales víctimas de las absurdas leyes punitivas que regían en las décadas de 1950 y 1960. Vale la pena recordar de dónde viene el nombre de la ley. Turing, junto con un reducido combo de otras mentes extraordinarias, como Von Neumann, Church y Haskell Curry, inventó la teoría de la computación y dio origen a la apasionante saga de la inteligencia artificial. Todos eran muy distintos entre sí. Von Neumann era un genio, pero también un tipo de una vida social agitadísima y un halcón antisoviético (inmortalmente caricaturizado por Stanley Kubrick en la película “Dr. Strangelove”). Haskell Curry, de hecho mi personaje favorito, era un nerd de gafas de carey, cuyos únicos datos biográficos relevantes son que alguna vez terminó el doctorado, y en otra ocasión se casó. Todo iba por dentro (y por eso inventó la única religión verdadera: la programación funcional).

Turing era homosexual. Por ello, pese a sus contribuciones científicas al desciframiento del código de los nazis, relevantes para la supervivencia británica durante la Segunda Guerra, apenas quedó al descubierto fue brutalmente criminalizado. Hollywood ha hecho una película, sentimental y blanda, sobre el episodio. Murió poco después de cumplir los 40, dejando trunca una carrera intelectual de extraordinaria riqueza. Durante lustros líderes británicos, desde todos los puntos del espectro político, han lamentado el episodio. Saben cuánto perdió su país al cometer la estupidez de excluir y criminalizar a un Turing. Y saben que economías con un componente tecnológico cada vez mayor necesitan con urgencia creciente de gente creativa, que no ve por qué tendría que sacrificar su individualidad. Como no lo hicieron (guardadas todas las proporciones) Von Neumann, Turing o Curry.

¿La conclusión? El referendo de Morales es antiestético, antidemocrático, excluyente y carísimo. Pero también es empobrecedor. En todos los sentidos. No da; quita. Pues cualquier modernización genuina, social o económica, necesita de la diversidad como del oxígeno.

Así que le sugiero, lector, no sólo que condene este esperpento, sino que se oponga activamente a él. Si no lo hace por los demás, hágalo por usted mismo.

 

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