A la luz de recientes y no tan reciente desarrollos políticos, la división ideológica entre izquierda y derecha ha perdido vigencia y ha sido reemplazada por una que enfrenta a la democracia liberal contra la “democracia” iliberal, si es que a esta última se le puede aún llamar así.
La otrora izquierda ha aceptado en términos generales lo que en otros tiempos era anatema: la economía de mercado, el libre comercio, la propiedad privada y la disciplina macroeconómica. Son solo matices; más o menos Estado, tributación y otros, los que diferencian diversas posturas políticas frente al manejo económico y social del Estado. Si algún partido de izquierda no aprendió, basta que voltee su mirada a Caracas.
El gran debate político actualmente está entre la ideología liberal e iliberal ambos bajo el paraguas de un sistema en el que se llevan a cabo elecciones como un mínimo común denominador. El primero mantiene como valores supremos las libertades individuales, la libertad de expresión, la separación de poderes, el imperio de la ley y un sistema electoral transparente e independiente. El segundo se caracteriza por mantener una fachada electoral, degradando o eliminando los otros pilares de la democracia liberal y el Estado de derecho. En nuestra América el brasileño Jair Bolsonaro y el mexicano Lopez Obrador personifican le inocuidad del debate izquierda-derecha, pues ambos en supuestas orillas diferentes del espectro ideológico, en la práctica se asemejan en sus actos iliberales. La Nicaragua sandinista con libre mercado y con “elecciones”, hace años se tornó en un Estado autocrático, y Bolivia parece encaminarse a lo mismo.
Los gobiernos iliberales han encontrado en China y Rusia un ancla en un entorno global en el que occidente, lo que sea que es, cada vez pesa menos. Contrario a la guerra fría, China ni siquiera exporta su modelo político, nunca lo ha hecho, pero acoge gustoso a quienes golpean en su puerta buscando refugio geopolítico. Irán, Myanmar y Venezuela, por mencionar solo algunos, saben que cuentan con el apoyo diplomático de Beijing.
Las democracias occidentales lideradas por un Estados Unidos que sobrevivió, quizás, los tremores iliberales de Trump y una Europa fragmentada, dividida y sin norte geopolítico, no cuentan con las herramientas o la disposición de proteger las democracias y el orden mundial liberal, en momentos que arrecian los populismos impulsados por la pandemia. Populismos que con una retórica de izquierda o derecha, nacionalista, anti elites, de “cambio”, mesiánico y de soluciones facilistas, constituyen proyectos políticos antidemocráticos con intenciones de socavar el Estado de derecho para enquistarse en el poder y beneficiarse del mismo.
Queda en manos de los pueblos, de la población, defender la democracia real y el Estado de derecho, evitar caer en la trampa de vendedores de espejitos, de trinadores con bodegas, de lobos disfrazados de demócratas, pues el costo del fracaso se sufrirá por años, si no por generaciones y será muy doloroso.