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No hay que obligarlo

Mario Morales
14 de septiembre de 2008 - 11:10 p. m.

ES EL PRECIO DEL LIDERAZGO Y DE la contienda política. Mientras unos piensan que la renuencia del presidente Uribe a que se debata en el Congreso el referendo de su segunda reelección es sólo una jugada propagandística, hay quienes creen que es una sutil estrategia para que parezca que será la voluntad popular la que lo haga cambiar de opinión, en contravía de su decisión.

O que, al aceptar el reto con la necesaria dosis de patriotismo y abnegación, busque quedar eximido de cualquier responsabilidad política en el futuro.

Una cosa es que el presidente Uribe entienda como Winston Churchill que en una democracia es necesario doblegarse de vez en cuando ante las decisiones de los demás; pero no resulta creíble que él y sus asesores, y para la prueba están estos seis años y ocho semanas, sean capaces de jugar con la confianza de ese 78% de colombianos que lo apoya.

Después de haber dicho de mil maneras que no quiere perpetuarse y de haber implorado que se retire esa propuesta de la agenda legislativa, queda claro que si vuelve a ser elegido, la culpa será, primero, de los “genios inspiradores” de la idea, después, de los más de cuatro millones de firmantes validados, luego de los que acudan a refrendar el referendo y finalmente  los que voten para el tercer período de Uribe. De nadie más.

Porque la masa seducida y desbocada, no piensa en los intereses superiores y urgentes de la patria en estos tiempos de reformas, y mucho menos en las decisiones individuales del presidente, Lina y los niños.

Tenía razón el escritor francés Paul Valery quien vaticinó que la política, que era el arte de impedir a la gente meterse en lo que le importaba, va a terminar como el arte de comprometer a la gente a decidir sobre lo que no entiende.

No es difícil imaginar el dilema de los Uribe-Moreno-Gaviria que han enajenado con desinterés sus proyectos de vida al sueño de una nación, así éste no sea lo suficientemente claro. En vez de estar pensando en el futuro de la patria, tendrían que concentrarse bajo presión en las elecciones de la próxima década y sin tiempo para gobernar.

Se entiende, pues, el afán repentino del presidente de bajarse de ese “metro” porque sabe, como Edward Kennedy, que en política, como en las matemáticas, todo lo que no es totalmente correcto, está mal. Ya está visto que él no quiere. ¡Para qué lo vamos a obligar!

www.mariomorales.info

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