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No quisiera morir peleando

Lorenzo Madrigal
28 de diciembre de 2020 - 03:00 a. m.

Se acerca el final de mis días, como habla el Código Civil, y no por la peste, que aún no me llega, pero sí por los años que son enfermedad peligrosa. Nos ha recordado el anterior provincial jesuítico, respondiendo apremios de prensa, que uno se muere “de viejo”. Dicho con tal brusquedad que pareció borrar de una el mérito humano y la longevidad del padre Alfonso Llano. En la vida religiosa es rutinario aquello: “de morir tenemos”.

Decía que habiendo luchado por una u otra causa (“luchador”, me llamó exageradamente el querido padre Leonardo Ramírez, S. J., muerto él sí por la peste, que mató “como del rayo” a tantos amigos del alma, como diría Miguel Hernández), sigo diciendo, que habiendo participado con humor en las últimas causas, que por cierto ganamos, pienso que llegamos a un oasis, no tanto así como al descanso del guerrero, que ya se sabe cuál es, pero sí a un relativo “¡puff!”, de puro cansancio.

Este es un buen gobierno: los ha habido peores. ¿Quién puede controlar totalmente los asesinatos en un país descompuesto o quién bajar la cifra de hectáreas sembradas de alucinante, crecida durante la anterior gestión en forma exponencial (¡bravo!, usé la palabreja)?

Resignarse nunca, pero pegarse de una patología social para despreciar y echar por el suelo los esfuerzos del buen hombre que nos gobierna y del ministro de la Salud, que acabamos admirando (es mi personal candidato presidencial). Hay que ver los que suenan: miren, no más, el listado que trae la nueva Semana, en donde, en magnífica foto, el nuevo “hijo del ejecutivo” saca el hombro por encima de los demás y dentro de la misma gráfica, en el extremo opuesto, el propio ejecutivo, el que pone presidentes y es buen padre de familia.

Así estamos bien, era frase de mi querida madre, cuando yo me lamentaba de no darle un mejor pasar, como el que ahora tengo, con un jardín de flores que ella hubiera gozado. Y eso que he sido un hombre sin pensión, cesantías, primas ni vacaciones y todo por el gusto y la necesidad de mantenerme independiente, pese a que don Alberto Garrido (q. e. p. d.) mucho me pidió que me asalariara.

Pero es que me distraigo; que así estamos bien, decía, con el presidente Duque, sólo con él, aunque le llegará el momento en que tendrá que tomar partido frente a la candidatura que promueven el empresario Gilinski y la periodista Vicky Dávila, esto es, la del propio hijo mayor del ejecutivo, el aún cachifo Tomás Uribe Moreno, con todas sus letras y zonas francas.

Es posible que esta sea mi última columna, como es posible que no lo sea. Por eso no me despido, despedidme vosotros del sol y de los pinos y vuelvo a citar a Miguel. Sí lo es, cuando menos, la última de este año de la peste. No les deseo, como sé que lo dije el año pasado, “un feliz año bisiesto”, y ya pasó. Efectivamente.

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