No se equivoque, ministra

Elisabeth Ungar Bleier
12 de marzo de 2020 - 05:00 a. m.

Siguen asesinando a líderes y lideresas sociales. Siguen asesinando a desmovilizados de las Farc. Sigue el feminicidio. Posiblemente todos ellos sumados no alcanzan la cifra de personas que pierden la vida por robarles el celular, como lo afirmó la ministra del Interior, Alicia Arango. Esta afirmación no solo es una ligereza inaceptable, sino que demuestra una profunda ignorancia sobre los problemas estructurales que subyacen a cada uno y las consecuencias que unos y otros generan. Y, sobre todo, denota ausencia de humanidad hacia las personas que por sus creencias políticas, su condición de género o su actividad en defensa de derechos fundamentales ponen en riesgo su vida para defender la de otros.

Todos estos crímenes son inaceptables, pero no son comparables. Por ende, requieren de formas diferentes de prevenirlos y enfrentarlos. En primer lugar, las motivaciones de quienes cometen estos delitos son muy diferentes. Aun a riesgo de sobresimplificar, podría decirse que el que mata para robar un celular lo hace para obtener un beneficio económico.

Quienes matan a líderes sociales pretenden acallarlos por sus acciones en defensa de sus derechos y los de sus comunidades, y porque los consideran un obstáculo para mantener sus actividades ilegales y criminales en los territorios donde actúan. Desde el 7 de agosto de 2018 más de 300 han sido asesinados, en 2019 fueron algo más de 50 y en enero de este año, 20.

Detrás del asesinato de desmovilizados de las Farc hay actores diversos y las causas también lo son. Lo cierto es que cerca de 200 excombatientes han sido asesinados desde que se firmó el Acuerdo de Paz a finales de 2016. Son hombres y mujeres que dejaron las armas, que le apostaron a la paz, pero les están arrebatando la vida.

A propósito, el padre Francisco de Roux escribió este mensaje un día después del funeral de Astrid, una excombatiente de las Farc asesinada la semana pasada: “Anoche estuve en la funeraria, 8:00 p.m., ante el féretro de Astrid. Campesina de Acacías que dejó las armas por la paz y la mataron en estos días en que celebran a la mujer. Había unos 20 campesinos del Meta, familiares que llegaron a despedirla. La mamá destrozada (…) “Era la hija que me sostenía”, me dijo. Fueron siete hermanos, como en mi familia: cinco hombres y dos mujeres. Y había un puñado de 10 del partido de Astrid. Campesinos que estudian en Bogotá, que han confiado en la paz. Los invité a orar. Todos católicos, como la mayor parte de nuestros campesinos. El momento me revivió tiempos de la Unión Patriótica. Los fueron matando a todos. Y cada uno cargaba incertidumbre. Esperan llegar a la Comisión de la Verdad el lunes”.

Los líderes sociales y los desmovilizados que han sido asesinados pueden ser menos numerosos que quienes han muerto a manos de ladrones de celulares. Pero lo cierto es que, en lugar de disminuir, las cifras van en aumento y la mayoría de asesinatos no han sido esclarecidos. Estos no son crímenes comunes. Tienen un trasfondo y un profundo significado político porque la mayoría de las víctimas han muerto por defender ideales políticos, por proteger los derechos humanos y porque le han apostado a la paz. No se equivoque, ministra Arango. Usted es la ministra de la política.

 

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