No se metan con Nancy

Dora Glottman
14 de diciembre de 2019 - 05:00 a. m.

Ya había terminado la rueda de prensa en el Capitolio en Washington cuando un periodista gritó entre el tumulto: “¡¿Usted por qué odia a Donald Trump?!”. A Nancy Pelosi le hirvió la sangre. La presidenta de la Cámara de Representantes y líder del Partido Demócrata se devolvió al podio y frente al micrófono dijo: “Yo no odio a nadie, fui criada en un hogar católico y resiento que usted use esa palabra en una frase dirigida a mí. ¡No se metan conmigo!”. Salió furiosa del salón dejando en evidencia dos aspectos de su personalidad: primero, que es una mujer con mucho carácter y, segundo, que su crianza influyó en la manera como está lidiando con la peor crisis institucional en la historia moderna de Estados Unidos.

No era una rueda de prensa cualquiera. Si bien la demócrata tiene encuentros semanales con los medios de comunicación, esta vez fue histórico. La segunda persona más poderosa en Washington después del presidente anunciaba el inicio oficial de la redacción de los cargos de impeachment en contra de Donald Trump. Esta semana se confirmó el texto de dos acusaciones contra el mandatario: por abuso de poder, al haber presionado al gobierno de Ucrania para que investigara al hijo de Joe Biden, y otro por obstrucción al Congreso. La oposición cree que antes de Navidad el juicio político avanzará hacia el Senado, donde la mayoría republicana probablemente exonere a Trump.

Si en algo tiene razón Nancy Pelosi es en que es mejor no meterse con ella. Nació en Baltimore, en el estado de Maryland, hace 79 años. Es la menor de siete hijos y la única mujer. Pararse frente a un grupo de hombres y hacerse escuchar y respetar fue algo que aprendió casi al tiempo que armaba sus primeras frases. Sus padres eran descendientes de italianos con una marcada vena política. Su padre se llamaba Thomas D’Alesandro y, además de ser congresista y alcalde de Baltimore, fue quien le enseñó a hacer política. D’Alesandro sabía mantener unidas a las facciones demócratas. En ese entonces, eso significaba tener de su lado a los líderes de las comunidades italiana, afrodescendiente y judía. Ese talento lo heredó su hija, quien ha logrado el apoyo casi unánime de su partido en el proceso de destitución. Su madre, Annunciata, fue una líder en la organización del Partido Demócrata en Baltimore y quien le inculcó los valores católicos que Nancy recordó indignada en Washington.

Aunque su proyecto de vida no era ser un ícono feminista, Nancy Pelosi lo es. Su primer trabajo, y el que la encaminó hacia el servicio público, fue una enseñanza en equidad de género. Corría el año 1975, ya para entonces usaba el apellido de su esposo, el empresario Paul Pelosi y vivía en San Francisco, donde criaba a sus cinco hijos. Cuenta que un día, mientras preparaba una pasta, la llamó el alcalde de la ciudad para ofrecerle un puesto en la comisión de la librería pública. Ella contestó que ayudaría sin necesidad del cargo, pero él insistió en que una mujer debe ser reconocida y recompensada por su labor. Ese primer trabajo la vinculó con el mundo de la política. De ahí pasó a ser voluntaria del Partido Demócrata hasta que, en 1987, la congresista Sala Burton, que sufría de un cáncer terminal, la llamó a su lecho de muerte y le pidió sucederla. Pelosi es hoy presidenta de la Cámara de Representantes por segunda vez ,tras de ser la primera mujer en ocupar ese cargo, además lleva 17 períodos como congresista.

Esa es la mujer que Donald Trump, quien ha sido señalado de machista e irrespetuoso, tiene como una piedra entre un zapato. La demócrata, que de pequeña aprendió a cantarles a sus hermanos las verdades y ponerlos en su sitio, no le teme al mandatario y, aunque diga que no lo odia, tampoco lo quiere. Lo suyo es hacer respetar la Constitución del país al que sirvieron sus padres y con los valores que le enseñaron. Por eso, cuando Nancy Pelosi dice “no se metan conmigo”, lo mejor es creerle.

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