Cuadro por cuadro

Noche Herida o las películas de verdad

Columnista invitado EE
18 de abril de 2017 - 05:19 p. m.

Una mirada al documental a partir de una reciente producción nacional.

Por Deivis Cortés*

Noche herida es un documental de observación, es decir, un documental donde la intervención del realizador es mínima o cuando menos poco notoria. Participa de una tradición denominada direct cinema que tiene a Frederick Wiseman como su mayor evangelista vivo (documentales míticos como Titicut Follies y La Danse están allí para atestiguarlo); y cuenta con algunos monaguillos colombianos como Jorge Caballero (Paciente, Nacer, Bagatela) y ahora Nicolás Rincón Guillé. Da gusto ver en la cartelera colombiana un documental sencillo pero arriesgado y potente que demuestra que el espectador medio no es estúpido; puede entender una historia sin las mediaciones condescendientes del modelo dominante (documental informativo): entrevistas, voice over, infografía, time-lapse, música conmovedora y una narración cronológica, anquilosada y con moraleja.

El documental de observación es el estilo (o la modalidad) más difícil de lograr - sin contar el documental accidental -. Se requiere paciencia zen por parte del realizador, un enorme trabajo previo para lograr confianza con la comunidad y de una gran intimidad para alcanzar esa invisibilidad, ese efecto “mosca en la pared” que hace que el sujeto-objeto de estudio no perciba la presencia de la cámara o al menos aprenda a convivir tranquilamente con ella, sin indicaciones ni cohesiones visibles. Dominar la técnica “mosca en la pared” puede ser más difícil que dominar el ninjutsu, la invisibilidad y los viajes en el tiempo simultáneamente. Bien por Nicolás Guillén y por Jorge Caballero que parecen estarle cogiendo el punto.

Noche herida nos permite acceder a la intimidad de cuatro persona(je)s centrales (abuela y tres nietos) durante aproximadamente tres meses de relato y como espectadores tenemos el privilegio de asistir a momentos clave de sus vidas: el grado de una adolescente, un siete de diciembre con sus correspondientes festejos, la visita de una orientadora vocacional. Hay momentos dolorosos y aterradores, así como episodios cómicos y otros bastante inclasificables pero perfectamente reconocibles de tan humanos que son. Y asistimos a todos estos momentos con tanta naturalidad y tanto riesgo como el que experimentamos cuando conocemos personas en la vida real: sin mayores mediaciones ni preparaciones, con la posibilidad de ver cosas que nos incomodan o nos conmueven o nos hacen reír o nos dan rabia;  con la incertidumbre de no saber si al día siguiente las volveremos a ver, no saber cuánto tiempo pasará entre corte y corte (un día, dos años, tres meses) y la certeza de que el final no será un final cerrado que ate todos los cabos y resuelva todos los problemas sino a penas eso: un final.

El único problema de Noche Herida no es de su realizador ni de sus productores sino de la exhibición nacional. El espectador medio, aunque no es estúpido, no está acostumbrado a ver productos de esta categoría en salas comerciales. Debería estarlo, pero no lo está. Y aunque se aplaude el riesgo de Cine Colombia (empresa poco dada a tomar riesgos, especialmente en lo que a exhibición de cortometrajes se refiere), es posible que hayan tardado demasiado y la mente del espectador esté ya muy dañada para apreciar la calidad; dañada a punta de cortometrajes documentales mal hechos, condescendientes e irrespetuosos. De hecho, muchos espectadores incautos han tomado Noche Herida por “un cortometraje alargado de esos que ponen antes de las películas de verdad” y ese equívoco ha impedido su auténtico disfrute.

 

* Docente de cine e investigador de la Universidad Nacional. dacortesp@gmail.com

 

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