Nos fue muy mal construyendo país con las vísceras

Mar Candela
05 de diciembre de 2019 - 11:16 p. m.

En una humanidad en donde quepamos todas y todos, en un mundo en donde quepan todos los mundos, en ese lugar perfecto... ¡Nadie debe sobrar! Y ese ideal es feminista.

En ese lugar, la interseccionalidad social, humanista y cultural debe brillar con justicia. Por eso les invito: ¡No sigamos construyendo país con las vísceras!

¿Qué nos ha quedado de 60 años de violencias? Guerrilla, paramilitarismo, narcotráfico, reclutamiento de menores de edad para la guerra... por no hablar de la trata de personas, del secuestro o de la incorporación forzada de tantos adultos a los ejércitos legales e ilegales involucrados en nuestro conflicto interno.

Por si esto fuera poco, las mujeres más pobres se han convertido en máquinas reproductoras, que solo paren soldados para la guerra.

Llevamos décadas construyendo país con las vísceras, lejos de la razón, amarrados a nuestras pasiones, entregados a nuestras verdades absolutas y justificando lo injustificable desde cada trinchera de esta guerra.

Vivimos con un Estado macabro que nos impone la pobreza e ignorancia como ley, un Estado macabro que permite que los ricos se hagan más ricos pagando menos impuestos y legalizando la explotación laboral mediante sueldos de hambre.

El Estado colombiano es un experto legitimador de la violación de los Derechos Humanos: es una realidad. Pero esa no puede ser excusa para justificar que el odio nos enceguezca. Tenemos que encontrar un camino.

Este paro está polarizado por quienes no nos quieren dejar pensar con sobriedad y sin bombardearnos de información incendiaria; por quienes nos hacen sentir odio para que votemos mal, para que perdamos la esperanza, para que apoyemos la guerra e incluso para que amemos a nuestros verdugos.

Este paro, que también trajo conciencias nuevas y libertarias, a pesar de estar manchado de sangre y muerte, es un paro histórico que nos tiene que llevar a dejar de movernos con las vísceras: nos tiene que dar luz para ver lo necesario, para hacer un nuevo país.

Un país en donde la normalidad no sea que los ricos paguen menos impuestos o que los políticos corruptos se roben los impuestos que pagamos, generando todo tipo de injusticias sociales y de formas de supervivencia indignas.

Un país en donde la normalidad no sea que los líderes sociales sean asesinados y, obvio, en donde todo esto suceda sin que las ciudadanías tengan que organizarse para exigir lo elemental:  No más corrupción y más justicia social.

Este paro nos tiene que conducir a otras maneras de relacionarnos y a buscar diálogos extensos, más allá de las diferencias: a construir  puentes que nos permitan una Colombia por la que podamos sentir orgulloso y no vergüenza.

Tanta muerte y tanto dolor tienen que servir al menos para que aprendamos, como sociedad, que agredir o minimizar al que piensa diferente no es el camino, que tender puentes es un deber ético y que desde la superioridad moral no se puede hacer una Nación viable.

El sendero de la rabia, las etiquetas y la estigmatización solo nos va a conducir a otro siglo doloroso, lleno de mujeres y hombres, muchos de tan solo dieciocho años cumplidos, vestidos de camuflado y equipados con armas y no con sueños cumplidos. Y decido creer que eso no es lo que queremos, más allá de nuestras líneas ideológicas.

* Ideóloga, Feminismo Artesanal

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